Sinner firma una obra maestra
Tenis | Open de Australia
El italiano inscribe su nombre en la lista de los Grand Slams tras remontarle dos sets a Daniil Medvedev para imponerse en Melbourne: 3-6, 3-6, 6-4, 6-4 y 6-3
Para desnortar a Jannik Sinner, Daniil Medvedev (27) cambia el sistema. Adelanta la línea de resto, se muestra agresivo desde el primer golpe, insiste en el revés del italiano, que ve cómo el reto se le complica. Sinner (22), compañero generacional de Carlos Alcaraz, el italiano que, junto al murciano, debe marcar la próxima era del tenis, tarda en encontrar el ritmo.
Y sin embargo, lo encuentra.
Encuentra el ritmo a tiempo, y firma la remontada, quién lo hubiera dicho en la apertura del partido: Sinner se impone por un doble 3-6, doble 6-4 y 6-3, en 3h44m.
En la época post-Federer, con Nadal en un sí pero no y Djokovic en el diván, se crece un italiano flaco y afilado como un pararrayos, un ex esquiador que se había pasado al tenis porque era demasiado alto y que desmantela a un ruso que juega sin bandera pues su país está en guerra con la vecina Ucrania y el mundo del deporte le da la espalda, un ruso jugón y orgulloso que ya lleva un abanico de disparos al poste.
Seis finales del Grand Slam ha disputado Medvedev.
Solo se ha adjudicado una, el US Open del 2021.
¿Y Sinner?
En su primera gran final, se abraza a la gloria.
"No sé cómo agradecerle a mis padres que me hubieran dejado escoger mi deporte", decía más tarde, en su turno de palabra en el escenario.
(...)
A la hora de previsualizar el partido, Medvedev lo ha pensado todo. Ha innovado en la estrategia. Dos semanas se ha pasado restando a ocho metros de la línea de fondo y ahora se coloca a un solo paso: espera el bote arriba y lo ataca con furia. La fórmula descoyunta eventualmente a Sinner, que tarda una hora larga en encontrarse a sí mismo.
¿No era este el italiano que el viernes, soberbio, se había zampado al inmenso Novak Djokovic?
(Hasta ahora, Sinner apenas había cedido un solo set en todo el torneo, justo ante Djokovic).
Para ese momento, cuando al fin reacciona el italiano, el partido se le ha puesto cuesta arriba.
Medvedev se ha apropiado del primer set en 36 minutos y ahora anda 5-1 arriba en el segundo, amparado por su sólido revés y la solvencia de su servicio, ajustado y contundente, con frecuencia por encima de los 200 km/h.
Aun así, el italiano pelea, prueba cosas, dialoga con su palco, varía el juego y, al fin, encuentra una fisura en el rocoso Medvedev: Sinner le rompe el servicio y, aun cediendo la segunda manga, siembra dudas en la mente del ruso.
A la 1h25m, el escenario se altera, se sumerge en una nueva dimensión: Medvedev lleva dos parciales a favor, pero ha entrado en su laberinto, qué variable es esto del tenis, y Sinner levanta el vuelo, iguala los términos, se aquieta y se solidifica. Vuelve a ser pétreo, pelirrojo robot italiano que no manifiesta sentimientos, mecano perfecto cuando la pelota se pone en movimiento.
Ambos tenistas encarnan el presente de este deporte universal.
Son altos, flacos y elásticos, sus brazos son mazas que se alargan sobre las líneas. A todo llegan, ni un hueco le regalan al rival: se estiran los intercambios, los rallies se van a los 25 golpes, llegan incluso a los 31.
A base de largos intercambios, Sinner atempera al ruso y modifica las circunstancias: se adueña de la tercera manga, se permite el creer en sí mismo.
Nunca ha ganado un título del Grand Slam, esta es su primera gran final (por las seis que acumula Medvedev), pero la historia no le viene grande. Italia le contempla: ningún italiano se ha impuesto nunca en Melbourne, jamás ha habido un italiano tan poderoso en el circuito, con tantas posibilidades.
(Hasta ahora, solo otro italiano había ganado un Grand Slam: Adriano Panatta, en el Roland Garros de 1976).
¿Y Medvedev?
Medvedev empieza a evocar escenas del pasado.
Se ve ahí mismo, en el Rod Laver Arena, dos años atrás, en el 2022.
Dos sets le había arrebatado a Rafael Nadal, dos sets arriba estaba, y entonces el manacorí había reaccionado, le había dado la vuelta a la aventura y se había proyectado hacia su 21.º título del Grand Slam: temporalmente, Nadal se colocaba como líder masculino en la loca carrera por los grandes.
(Y mientras, Novak Djokovic era el apestado, un tenista extraditado de Australia por haberse negado a vacunarse).
A Medvedev aún le duele aquel episodio del 2022, le duele en el alma, y por eso se revuelve en la pista y prepara tretas. Se va al baño en el intercambio del tercer set, y luego llama al médico, trata de reencauzar el partido pero no lo logra, y cede el cuarto parcial y vuelve a marcharse al baño.
Van 3h06m de partido y Sinner, ahora, parece el amo.
Se oscurece la mirada de Medvedev, le flojean las piernas, se le queda corto el resto. Se funde el ruso sin bandera, convertido ahora en un ventilador, corre que corre de un lado al otro, resignado ante el fulgor del italiano, pierde el servicio en el sexto juego y ya se rinde ante el pelirrojo que ha vuelto de las catacumbas para estampar su nombre en el palmarés de los Grand Slam.
Definitivamente, se perfila una nueva era en el tenis.
Sorteada la Next Gen (Medvedev, Zverev, Rublev, Tsitsipás...), desconcertado Djokovic, estos son los tiempos de Alcaraz y Sinner, o eso dicta la lógica del presente.