África debe esperar
Tenis | Wimbledon
Marketa Vondrousova alarga la maldición: Ons Jabeur, tunecina, se queda otra vez a un paso de un Grand Slam tras perder por un doble 6-4
En la grada, con generosas vistas al Centre Court, Andrey Shevchenko, legendario ex futbolista ucraniano, contempla la final femenina.
Tal vez este sea un ejercicio de periodismo-ficción, pero es posible que Shevchenko hubiera pedido el acceso tres días atrás, en vísperas de la semifinal entre su compatriota, Elina Svitolina, la madre ucraniana que le niega el saludo a las rivales bielorrusas, y Marketa Vondrousova.
Tal vez.
El caso es que Svitolina no juega la final, tocada y hundida en la semifinal, y Shevchenko debe conformarse con contemplar el paseo militar de Vondrousova (24), la zurda checa que ha ido rompiendo todos los pronósticos (es la primera campeona del torneo que no figuraba como cabeza de serie) hasta emular a sus compatriotas Sukova, Mandlikova, Navratilova (cuando ganó en el All England era estadounidense, aunque ha nacido en Praga), Novotna o Karolina Pliskova, campeonas en Wimbledon, como ella.
Hito inesperado
Vondrousova asombra al mundo del tenis: es la primera campeona de Wimbledon que no era cabeza de serie
(...)
Cuando todo ha acabado, Ons Jabeur (28) busca su banco y hunde el rostro bajo la toalla y se quiere morir.
Jabeur es el alma deportiva del nuevo deporte africano, algo así como la primera mujer tenista africana en todo.
La primera en el Top-50 de la WTA. La primera en ganar un título. La primera en una final del Grand Slam (el año pasado, aquí mismo).
¿La primera campeona africana de un grande?
Aún no.
África debe esperar.
Ahora, Ons Jabeur está sin voz. Cuando todo ha acabado, tras 1h20m de partido, pierde, se derrumba y llora.
Y cuando Annabel Croft le concede el turno de palabra, Jabeur apenas acierta a decir:
–Este es uno de los momentos más duros de mi vida. Es la derrota más dura de mi vida.
Y su discurso enternece a la parroquia británica, enternece también a Croft, la speaker, que había sido una tenista notable en los años setenta y ochenta y que ha enviudado hace unos pocos meses (su marido había sido víctima de un cáncer vertiginoso).
En el palco de invitados, Karim Kamoun contempla a Ons Jabeur. Es el marido y el entrenador de la tenista, y contempla cómo su mujer se retuerce de tristeza y sólo espera a que todo acabe para reconfortarla.
El partido ha sido una mala aventura para Jabeur, tenista que carga el peso de una maldición. Tres finales del Grand Slam ha disputado. Las tres las ha perdido.
Vondrousova, sorprendente finalista en Roland Garros en el 2019, estira el brazo y envuelve la pelota, y Jabeur, tenista ortodoxa, impecable producto de la desconocida escuela tunecina, tiembla y se estremece, como si tuviera miedo, como si tuviera frío.
Se presume que Vondrousova es la outsider.
No es cabeza de serie. Apenas es la 42.ª del mundo hoy. Apenas luce un solo título en su carrera. Nunca ha ofrecido momentos de relumbrón. Y sin embargo, ha crecido en estos días en Londres.
Por el camino ha ido tumbando a rivales más que notables (Kudermetova, Vekic, Buzkova, Pegula y Svitolina, la ucraniana) y ahora, en la final, su izquierda es un martillo que encadena cuatro juegos seguidos para adueñarse del primer se, y así acogota a Jabeur, hipotética favorita, que se derrite bajo el peso de un continente.