Poco queda ya de aquella Venus Williams que conocimos en otros tiempos, cuando era una tenista tan estilizada como contundente.
Si algo queda, será el espíritu.
Y es ese espíritu el que la lleva a proclamar:
–Si alguien puede seguir jugando a los 50 años, soy yo.
Ahora tiene 43.
Y por eso, reivindicativa, Venus Williams levanta el dedo y pide una invitación para reencontrarse con la hierba de Wimbledon, allí donde se ha impuesto en cinco ocasiones (quince años han pasado desde su último éxito, en el 2008), torneo que ha preparado casi en exclusiva, pues en este 2023 solo ha jugado tres competiciones, dos de ellas en hierba (Hertogenbosch y Birmingham).
Y sí, la gente del All England Lawn Tennis Club invita a Venus Williams, hoy la 558.ª del circuito WTA. Incluso le concede un espacio en el horario de la Centre Court.
(Al fin y al cabo, suma 24 presencias en Wimbledon, más que nadie nunca, y 90 victorias y 18 derrotas en ese escenario).
Memoria perdida
Lejos quedan aquellos episodios que nos narraban en ‘King Richard’, el oscarizado biopic de las Williams
Pero ahora no puede.
En 1h32m, se rinde ante Elina Svitolina (6-4 y 6-3).
Aunque, en realidad, se desmonta antes. Sucede al cuarto de hora de partido: un golpe de Svitolina la pilla a contrapié, Venus Williams tropieza sobre la hierba y, grandullona ella, se desparrama y vocea.
Se lamenta de la rodilla derecha, esa que luce un aparatoso vendaje blanco, y al banquillo se va asistida por la médico, que revisa el caso y conversa con Williams.
Pasan así un par de minutos, hasta que la estadounidense asiente y al fin regresa a la pista, y ahora se mueve más despacio aún, más indecisa, más imprecisa en el servicio –prácticamente su única arma– y limitada en los rallies más largos.
Su juego es desconcertante.
A un golpe magistral, con paralelos y una perfecta resolución en la red, le sigue un ejercicio sonrojante: Venus Williams manda una pelota sencilla y mansa a dos metros de la línea.
Y no hay manera: Venus Williams no entra en el partido, que se decanta del lado de Svitolina, la ucraniana que le niega el saludo a la bielorrusa Aryna Sabalenka, se lo niega también a cualquier tenista rusa, y que encuentra aquí una autopista hacia la segunda ronda. A Svitolina le basta con mover a Venus Williams, que no arranca en los desplazamientos laterales y apenas acierta a doblar la rodilla y tampoco se agacha cuando la pelota bota bajo.
La deriva es dolorosa, un tormento para los sentidos de todos aquellos que recordamos a la Venus Williams de otros tiempos, cuando era una tenista majestuosa y eficiente, una leyenda comparable a Hingis, Seles o Henin, dominadoras de un tiempo concreto, solo un paso por detrás de las superlativas Court, Graf, Navratilova, Evert o Serena Williams, la hermana menor de Venus.
Lejos quedan aquellos episodios que el año pasado nos narraban en King Richard, el oscarizado biopic que describía los orígenes de la familia Williams, con un Will Smith encarnando al padre de la saga: ¿qué fue de aquella Venus que había fascinado a John McEnroe y Pete Sampras y al entrenador de ambos, Paul Cohen?
Queda el espíritu.
¿Y con eso basta?
Wimbledon lo aplaudía ayer.