Pasa el tiempo y nada cambia en París: Rafael Nadal es un tipo de hábitos fijos.
Pues igual que salta las líneas de la arcilla como un niño que juguetea con las sombras en el asfalto, o igual que coloca los botellines en diagonal y tiende las toallas con paciente esmero, también ocupa una habitación de hotel en la ribera del Sena, a un paso de la Torre Eiffel, y se entrena en los mediodías, ahora en el recinto Jean Bouin, bajo la supervisión de su clan, el clan Nadal.
Rafael Nadal pelotea con Carlos Moyá y con Marc López, y Francis Roig, el doctor Ángel Ruiz-Cotorro y Rafael Maymó, su fisioterapeuta, contemplan la escena. Por allí también se dejan ver Sebastián, el padre del talento, y sus tíos Miquel Àngel y Rafael.
(esta vez no aparece Toni Nadal, enfrascado como está en su proyecto en la academia del manacorí y con su pupilo, Felix Auger-Aliassime)
–Un saque más –dice Rafael Nadal en la pista 26 del recinto Jean Bouin, y se planta al fondo de la pista para restar los servicios que le lanza Marc López.
Ese factor, el resto, va a ser clave este viernes
Lo veremos a partir de las 15h, en la semifinal que enfrentará al manacorí con Sasha Zverev. El alemán es sacador, frecuenta los 200 km/h y está fino, bien lo sabe Carlos Alcaraz, su víctima hace tres días, en cuartos.
Nadal prolonga el trabajo por hora y media, un buen rato bajo el radiante sol de la primavera parisina, y en el ínterin racionaliza sus desplazamientos sobre la pista. Los analistas le damos vueltas a ese elemento.
–Apenas se mueve, juega en el espacio de una baldosa –dice uno.
La memoria escuece.
Desespero
“No sé cuánto tiempo más soportaré este dolor”, decía Nadal hace 20 días; hoy está a dos pasos del título
Hace veinte días, Nadal se rendía en cuartos ante Denis Shapovalov y luego cojeaba ante los periodistas, retorciéndose de dolor, mientras decía:
–No sé cuánto tiempo más podré soportar esto...
(...)
–¿Han vivido ustedes muchas escenas como la de aquel día? –le preguntamos a Moyá, siempre amable con la prensa, siempre solícito.
–Tanto como aquel día no es habitual. Pero a veces le pasa en los entrenamientos, o en algunos momentos del año pasado. Convivimos con esos momentos de dolor, y esto afecta al equipo. Pero sobre todo, le afecta a él.
–¿Y cómo lo ha hecho para reponerse y llegar a París?
–Ya hemos dicho que contaremos más cosas cuando esto acabe. Pero la suya es una enfermedad (el síndrome de Müller-Weiss, un problema degenerativo), y estamos hablando mucho de ella y se obvia el tema del tenis y el hecho de que Nadal está en semifinales. Ahora mismo, no hay duda de que el pie aguantará el resto del torneo.
Asunción
Resignada, Francia ha adoptado a Nadal, quién lo hubiera dicho hace 17 años, cuando abucheaba al ‘teenager’
–Lo sorprendente es que haya llegado hasta aquí, ¿no? –se le insiste.
–¿Sorprendido? Yo no lo estoy. Los más cercanos a él no lo estamos. Las expectativas que genera son siempre muy altas, aunque esta vez la temporada haya sido atípica. La mayoría de veces alcanzaba Roland Garros con muchos títulos y esta vez no ha sido así. Quizá le falten continuidad y partidos, pero los grandes deportistas se crecen ante las grandes exigencias y casi siempre responden. Y Nadal es uno de ellos, y esto es Roland Garros.
Su discurso centra el debate.
Al curioso, y también a los rivales, les apabulla la Nadalidad del lugar. El peso del mito, como la escultura que recibe al visitante, cae a plomo sobre aquel que ose cuestionarlo.
Trece títulos suma aquí el manacorí, ¿no le legitima este dato?
Todo eso lo aplaude el público.
Resignados, los franceses rugen ante las proezas de su hijo adoptivo, quién lo hubiera dicho hace 17 años, cuando abucheaban a aquel teenager de larga melena, tirantes y pantalones pirata que soltaba disparates en las ruedas de prensa mientras atropellaba a la frustrada escuela francesa, a Gasquet o a Grosjean.