Está en disputa la historia.
Y por eso, en el primer juego, que se prolonga por nueve minutos, Nadal golpea dos veces apuntando al cuerpo de Djokovic, que se protege con la raqueta.
Luego, el balear gana el punto.
Y luego, muy tímidamente, se disculpa ante el serbio.
Este es el estado de las cosas, todo lo que hay en el tablero. Nadal (35) y Djokovic (34) se están disputando mucho más que la semifinal de un Grand Slam.
Hablan los números.
Nadal acumula veinte títulos del Grand Slam, tantos como Federer. Y Djokovic está en los 18.
El asunto es inverosímil, impensable en la historia del tenis, que nunca ha visto nada igual. Sampras tiene 14. Roy Emerson, 12. Laver y Borg, 11. Y Bill Tilden, 10. Nadie más suma doble dígito.
En aquel primer juego, Djokovic se ha parapetado tras la raqueta y ha aceptado las disculpas de Nadal, pero está asumiendo la realidad: ambos se van a maltratar. A Djokovic le maltrata Nadal y le maltrata el público, que le ha abucheado al entrar en la pista, tras ovacionar al balear.
Nadal es leyenda viva en Roland Garros.
Se lo ha ganado con el tiempo (no era así en el 2005, cuando lucía pantalones pirata y tirantes y, teenager aún, arrollaba a Gasquet y a Grosjean).
Nadal es leyenda y por eso le han levantado una estatua a unos pocos pasos de la Philippe Chatrier, mitificándole como antes mitificaban a Federer.
Todos le veneran.
Todos, incluido Djokovic.
–¿Alguien conoce algún desafío mayor en el deporte que ganar a Nadal en arcilla, a cinco sets y en una ronda avanzada de un Grand Slam? –decía Djokovic en la víspera de la semifinal.
Para reforzar la reflexión, volvemos a los números: antes de este partido, Nadal había ganado sus trece semifinales en París.
No serán catorce, al menos aún.
(...)
Quién lo hubiera dicho tras aquel primer y largo juego, incluso a la media hora de partido, cuando Nadal estaba 5-0 arriba.
Lucha fascinante
Tras un inicio decantado por el balear, el choque buceó en episodios de un tenis brillante, digno de un clásico
Djokovic parecía verle las orejas al lobo. Otra vez estaba ahí, a los pies de los caballos, remando ante un adversario colosal, no caben epítetos.
Otra vez como en la final del 2020, la del tenis en otoño en París y la cubierta de la Philippe Chatrier para resguardarse de la lluvia, y los bulevares vacíos y las gradas entristecidas.
Ahora, Djokovic debe pensar.
–En algún momento tendrá que mostrar sus armas –decía Carlos Moyá, técnico de Nadal, en la víspera.
Las armas de Djokovic son la consistencia y los cambios de ritmo. El serbio debe evitar que Nadal se suba a la ola. Lo hace a base de dejadas, creciendo también en el resto. No regala nada. Rescata seis pelotas de set antes de entregar la primera manga.
Se le va el parcial, pero el esfuerzo le vale la pena. Djokovic ha elevado el nivel de su tenis. Tratándose del líder de la ATP, ese salto es un asunto serio.
Ahora, es Nadal quien duda.
El balear pierde el servicio al inicio de la segunda manga (0-2), y entonces sobrevienen momentos asombrosos, dignos de este clásico del tenis. Se suceden intercambios inverosímiles, una exhibición de juego como no se había visto en este 2021, en ningún torneo ni en ninguna pista.
Agobiado, Djokovic le protesta a la juez:
–¡No puede perder tanto tiempo entre punto y punto!
–Boooo –el público le abuchea.
Djokovic no se descentra aquí, al contrario. Quien lo hace es Nadal. Pierde el segundo set y empieza a quejarse de todo. Pide que cierren una puerta de la tribuna, que entra ruido. Y se maldice al desperdiciar una derecha paralela.
Él ha cometido pocos errores en general, y yo sé que puedo jugar mejor en esta pista"
El partido se tensa y se adentra en la noche, y Nadal se siente amenazado en su reino. En el tercer set, dos veces cede el servicio, su talón de Aquiles (ocho dobles faltas), para maravilla y desespero de la audiencia: el público teme perderse el desenlace in situ, a las once se cierra París, hay que desalojar Roland Garros.
El asunto es doloroso. Los espectadores han invertido cien euros en la entrada y ni siquiera van a llegar a tiempo de ver el cierre en casa, por televisión.
–On partira pas –grita París.
(No nos iremos).
Tras el tie break del tercero, guerra de nervios que se decanta por Djokovic, la grada enloquece:
–Se pueden quedar –dice la megafonía (así de contradictorio es el reglamento anti-Covid).
–Merci Macron –se grita ahora.
Pase de pernocta
El torneo desobedece el toque de queda parisino: el público permanece en la grada en la noche profunda
Fascinados, asisten a una escena inédita. Esto no es normal: están viendo a Nadal contra las cuerdas. Hasta ahora, solo ha perdido dos de sus 107 partidos en París. En el cuarto set, a las cuatro horas de partido, llama al médico. Tiene una ampolla en el pie y hay un rebelde al otro lado de la pista.
Al filo de la medianoche, Djokovic derriba un monumento.
–Probablemente no haya sido mi mejor día. No he sabido incomodarle. Y en el último tramo, la fatiga estaba ahí -dice Nadal cuando todo ha acabado.
(A esa hora, Djokovic aún está conversando con el público en la Philippe Chatrier).
–¿Dónde ha estado la clave de la derrota?
–Soy poco fanático de hablar de los partidos en términos de un punto. Salvo en el primer set, el partido estaba igualado. Él ha cometido pocos errores en general, y yo sé que puedo jugar mejor en esta pista. Pero no ha sido un desastre, para nada. Me enfrentaba a uno de los mejores tenistas de la historia.
–¿Y se ha enfrentado al mejor Djokovic?
–No, pero yo tampoco he sido el mejor Nadal.