En el carrusel femenino, Iga Swiatek reina en Roland Garros
Tenis
La polaca, 54.ª raqueta del mundo, arrolla a Kenin y cierra un recorrido perfecto sin ceder un solo set: 6-4 y 6-1
Ahora hace mucho frío en la Philippe Chatrier y los escasos aficionados, parapetados bajo sus abrigos, asisten a la primavera de una nueva tenista. Una más en los últimos cinco años.
Y van...
En los últimos catorce Grand Slam, solo dos tenistas han repetido título: Simona Halep ganó Roland Garros en 2018 y Wimbledon en 2019. Y Naomi Osaka se adjudicó el US Open de 2018 y 2020 y el Open de Australia de 2019.
Este es un carrusel de nombres, un ir y venir desnortado que no encuentra una razón de ser, un faro.
¿Dónde quedaron Court y Billie Jean King?
¿Y Evert y Navratilova?
¿Qué fue de Graf, Seles, Hingis, las Williams...?
En el frío de la central de París, ahora se alumbra Iga Swiatek, veremos por cuánto tiempo.
Por ahora, llega fuerte.
Cuando cierra su victoria sobre Sofia Kenin (6-4 y 6-1 en 1h24m), Swiatek redondea un concurso perfecto. No ha cedido un solo set en todo el torneo.
Campeona inesperada
Desde 1977, nunca una tenista de tan bajo ránking había alcanzado la final de Roland Garros
–No sé qué decir –le dice a Marion Bartoli, a pie de pista, mientras se le entrecorta la voz–: no sé si Kenin está lesionada o no. Espero que se encuentre bien (le dice a la estadounidense que, sentada en el banquillo, llora y se lamenta; a mitad del segundo set, había abandonado la pista para recibir atención médica). Supongo que todo esto se basa en la fuerza mental. Pero entiendo que es una locura: esto de que una jugadora desconocida se apunte un Grand Slam empieza a ser muy habitual.
Cierto.
De alguna manera, Iga Swiatek viene de la nada.
Tiene 19 años, es la 54.ª de la WTA, nunca hemos oído hablar de ella. Nunca, desde 1977, desde la irrupción de la eslovena Mima Jausovec (entonces yugoslava), una tenista de tan bajo ránking había alcanzado la final de Roland Garros. El tenis polaco pinta muy poco en el circuito internacional. Es así en la ATP (apenas dos jugadores en el Top 100: Hurkacz y Majchrzak) y también en la WTA: Linette y Swiatek son las únicas Top 100.
Durante algo más de una hora, Swiatek ha maltratado a Kenin, hipotética favorita (se había apuntado el Open de Australia en enero, justo antes de la pandemia), que ha ido corriendo de lado a lado de la pista, a menudo en vano, hasta que revienta en el segundo set y llama al médico, víctima de problemas musculares.
Me gustaría decir algo, aunque la verdad es que no sé qué decir”
Para entonces, Kenin ha perdido el primer set y va 2-0 abajo en el segundo, y Swiatek, mallas largas debajo de la faldilla, pelotea a solas en la pista, no vaya a coger frío.
Kenin regresa más tarde y decide que no se rinde y jugará hasta el final, pero parece limitada y su servicio carece de profundidad (saca a una media de 98 km/h, frente a los 112 de Swiatek) y apenas firma winners y se hunde a base de errores no forzados (23, ante los 17 de la polaca).
–¿Puedo decir algo? –dice Swiatek más tarde, cuando ha recibido la copa y están a punto de retirarle la palabra.
–Diga, diga...
–La verdad es que no sé qué decir.
Y así se despide, tras haber roto el protocolo en diversas ocasiones, una de ellas al pedir permiso para saltar a la grada y abrazarse a su familia (y entre ellos su padre, Tomasz Swiatek, remero que había sido olímpico en cuádruple scull en Seúl’88), algo impensable en los días previos, cuando los tenistas debían seguir las normas de seguridad, pero inevitable ahora, cuando todo ha acabado y ya no hay instrucciones que cumplir.