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Nadal también sabe sacar en Wimbledon

Tenis

El balear agobia a Tsonga (6-2, 6-3 y 6-2) y se planta en octavos, donde le espera el portugués Sousa

Rafael Nadal se coloca la cinta en el pelo durante su encuentro ante Jo-Wilfried Tsonga, en Wimbledon

Glyn Kirk / AFP

Hace doce años, Jo-Wilfried Tsonga (34 años) era un tenista desconocido en una pista pequeña de Wimbledon. Jugaba en una esquina del club, y apenas unos curiosos se habían asomado a observarle. Entre ellos, el cronista.

Distinguimos entonces a un francés corpulento, de tenis físico y relampagueante, muy de saque-volea, quién sabe si dispuesto a comerse el mundo. En aquellos días, en aquellas pistas pequeñas, Tsonga se zampaba a Benneteau, Lapentti y Feliciano López, y solo se rindió en octavos ante Richard Gasquet, entonces otro francés emergente que hoy se ha quedado a medio camino.

Más o menos, como el mismo Tsonga.

Pero en aquel año, en aquel 2007, en los corrillos de Wimbledon empezaba a circular un runrún:

–Atentos a este Tsonga, ¡es el Muhamad Alí del tenis!

Al final de aquel año, a Tsonga se le declaraba jugador revelación del circuito.

Y cierto, con el tiempo aquel hombre hizo cosas estupendas. Llegó a ganar 17 títulos del circuito ATP. Y alcanzó la final del Open de Australia, en el 2008. Y era el quinto del mundo en el 2012.

Pero las rodillas...

Las rodillas y una maltrecha muñeca rompieron su evolución e hicieron de él un tenista menor. Mermado, iba y venía a lo largo de su carrera. Era capaz de tumbar a Federer y caer luego ante Monfils. El año pasado, con la rodilla hecha un cisco, se había pasado siete meses desaparecido de escena. De manera que este año, al llegar a Wimbledon, era apenas el 72.º del mundo.

Jo-Wilfried Tsonga, en un instante de su encuentro ante Rafael Nadal, en Wimbledon

Tony Obrien / Reuters

Sin embargo, quedaba el pedigrí, el potencial del pasado. Y por eso, Rafael Nadal (33 años) no se fiaba un pelo. Por eso, y porque Tsonga le había tumbado en su único duelo directo en hierba, en Queen’s, en el 2011.

Lo que viene ahora es un dato excepcional: acabado el primer set (6-2), Nadal sumaba cuatro aces. En su caso, son muchos. Y ya en ese momento avanzaba a velocidad de crucero, dispuesto a agobiar a Tsonga, cuyo saque-volea apenas le generaba situaciones beneficiosas.

Nadal sacaba de maravilla, y encima superaba las subidas del francés, cuyas posibilidades fueron nulas y cuyo espíritu volcánico –todas aquellas referencias del pasado a Muhamad Alí– apenas era una imagen del pasado, una imagen difusa: para entonces, en ese segundo set, el público del All England Lawn Tennis Club ya estaba añorando a Kyrgios, tan maleducado como hipnótico, el revoltoso que había intentado enredar al balear en la segunda ronda.

Tsonga estaba aburrido.

O le había aburrido Nadal.

Nadal golpea durante su partido ante Tsonga, en Wimbledon

Tim Ireland / AP

De manera que nunca ha habido partido. Ni en la segunda manga, que ha llevado un transcurso similar a la primera (6-3), ni en la última: Nadal ha seguido sumando aces (hasta diez), variando el servicio y anticipándose a las subidas de Tsonga, que no encontraba el camino.

Si el francés se quedaba al fondo, perdía los peloteos largos. Si probaba cosas, cometía errores no forzados (hasta 22, por doce del balear). Y si subía a la red, veía cómo las respuestas de Nadal le superaban por todos los costados.

Cuando toma la velocidad de crucero, Nadal puede ser desesperante para sus rivales. Sea en tierra, sea en hierba. Por algo suma dos títulos en Wimbledon (2008 y 2010).