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La maldición del anfitrión en Australia

Tenis

En los cuatro grandes los locales se estrellan una y otra vez ante la presión

El australiano Nick Kyrgios muerde una toalla durante su partido ante Milos Raonic

David Gray / AFP

Con una toalla en la boca y gesto cariacontecido. Con otra toalla estrellándola contra el suelo en un descanso. Enfadado ante sus fallos. Mascullando de manera frecuente. Torciendo el morro. En la gama de gestos del irascible Nick Kyrgios (23 años) ayer destacaron estos en su derrota ante el canadiense Milos Raonic en tres sets. El australiano, más vedette que campeón, más personaje que personalidad, fue atendido por culpa de unos problemas físicos en la rodilla derecha. Pero cuando su cuerpo no le falla es su mente la que no le funciona en la alta competición. Tras el partido increpó a un reportero por preguntarle por su lesión. Entre unas cosas y otras el que fuera gran promesa del tenis aussie e incluso mundial se va perdiendo por el camino de la amargura y de las derrotas. En el último ranking de la ATP ya ni siquiera es el primer australiano. De hecho es el cuarto (número 52) tras De Minaur (29), Millman y Ebden (32), los tres clasificados para segunda ronda y los dos últimos rivales hoy de Bautista Agut y Nadal.

Pero Kyrgios sigue siendo el tenista australiano más conocido del momento y su derrota viene a apuntalar más la teoría de la maldición del anfitrión en los torneos grandes. Australia siempre ha sido un país de larga tradición tenística pero desde 1976 ningún local se corona en el cuadro individual masculino. El honor recayó en Mark Edmonson, que logró con ese título la cúspide de una carrera mucho más modesta que la de célebres compatriotas como Rod Laver, Ken Rosewall o John Newcombe.

Ningún australiano vence en Melbourne desde 1976: Kyrgios, el más conocido ahora, ya está fuera

Después de Edmonson la nada, y eso que Australia ha contado con tenistas de la talla de Lleyton Hewitt (campeón del Open de EE.UU. y Wimbledon) y Patrick Rafter (dos veces ganador en Nueva York). Hewitt fue el último finalista australiano en Melbourne pero cayó en 2005 frente a Marat Safin. Antes que él llegó al último día Pat Cash, que cedió ante los suecos Edberg y Wilander en 1987 y 1988.

Abriendo la mirada a los otros torneos del Grand Slam los anfitriones también suelen lamentar la sequía más absoluta. En Roland Garros cuando se busca una victoria francesa se sigue girando la mirada hacia Yannick Noah, vencedor en 1983 y que desde entonces vive de esa áurea. Nadie le ha cogido el relevo pero es que el anterior título galo en París se remontaba a... 1946. En Wimbledon también estaban en pleno desierto desde 1936, cuando aplaudían a Fred Perry. Por fortuna para sus preferencias emergió el escocés Andy Murray para hacer ondear la Union Jack en 2013 y 2016.

Mientras, en el Open de Estados Unidos añoran los buenos tiempos. Su último campeón fue Andy Roddick, en 2003. Las épocas doradas que mezclaban a Sampras y Agassi o a McEnroe y Connors permanecen como grandes hitos para ellos en los libros de historia pero en la era de Federer, Nadal y Djokovic a los anfitriones no les vale de nada jugar en casa.