Campeón de judo, estrella del rugby
Fernando de la Calle
Valladolid es la capital del rugby gracias a jugadores como el histórico capitán del VRAC Quesos Entrepinares
Cuando tenía diez años y estudiaba en la escuela de Nuestra Señora de Lourdes, en Valladolid, Fernando de la Calle sufrió la mordedura de una serpiente llamada deporte. El pequeño Fernando llegó a brillar y a jugar como federado en cinco disciplinas: baloncesto, balonmano, voleibol y, en especial, judo y rugby. Además, los escasos fines de semana que tenía libres, jugaba como portero en un equipo de fútbol.
“El deporte es mi vida”, explica al otro lado del teléfono este hombre, que fue varias veces campeón de judo de Castilla y León como cadete, juvenil y senior, y tercero de España en la categoría sub-21 de menos de 86 kilos. Personas como él han permitido que Valladolid sea ahora la capital del rugby. Dos clubs de la ciudad, el SilverStorm El Salvador y el VRAC Quesos Entrepinares, el de Fernando, se han repartido 16 Ligas en 21 años: ocho cada uno desde 1998.
Por y para el deporte
Fue 53 veces internacional y con 48 años y una prótesis de cadera sigue jugando
Él presenció en primera línea la metamorfosis. De pequeña ciudad castellana a una megalópolis del balón oval. Lo de la primera línea nunca fue mejor dicho. Esa era su posición cuando se decantó por el rugby y ganó en corpulencia: 1,75 m y 100 kilos. A los 17 años debutó en el conjunto titular del VRAC (las siglas de Valladolid Rugby Asociación Club). Se retiró en el 2013, después de 33 años (26, en el primer equipo, la mayoría como capitán). Su palmarés es extraordinario: 53 internacionalidades en la selección absoluta, tres Ligas (1998, 2001 y 2012) y dos Copas del Rey (1998 y 2010).
Fue un pionero que puso los cimientos. Desde su retirada –una retirada parcial, como se verá– el VRAC ha ganado, entre otros títulos, cinco campeonatos más de la División de Honor o Liga Heineken: las del 2013, 2014, 2015, 2017 y 2018, con el único paréntesis del 2016, cuando el campeón fue el SilverStorm, el otro equipo de Valladolid.
Aquí se decidirá también la Liga de este año, salvo si el Sanitas Alcobendas, de Madrid, es capaz de romper el duopolio. La sana rivalidad entre dos centros educativos, que apostaron por los valores del rugby dentro y fuera del campo, explica esta hegemonía. El VRAC nació en la escuela de Nuestra Señora de Lourdes, de los salesianos. Y el SilverStorm, en la de El Salvador, fundada por la familia Enciso. Aquellos dos equipos de colegio se transformaron con el tiempo en los clubs profesionales de hoy.
Testigo privilegiado de esa transformación, Fernando de la Calle afirma que el rugby no es sólo un deporte, sino una forma de vivir. Hasta los 23 años compaginó el judo y el balón oval. “Una especialidad es individual y la otra colectiva, pero mis compañeros de tatami eran para mí casi unos hermanos. Todos éramos universitarios, yo de Magisterio, aunque nunca ejercí. Pero a medida que ellos acabaron sus estudios y colgaron el kimono, me quedé huérfano de mi segunda familia. Entonces me dediqué en exclusiva, en cuerpo y alma, al rugby”.
SilverStorm El Salvador
La afición del “equipo rival” le dio una de sus mayores alegrías deportivas
En el VRAC se reencontró con esa segunda familia y mucho más. “Conocí a mi mujer, Cristina, en las gradas del Pepe Rojo, el campo municipal que compartimos con el equipo rival”. Dice casi siempre el equipo rival, no el SilverStorm El Salvador, una costumbre heredada de una pasión comparable, dice, “a la del Barça-Espanyol”. Sin embargo, la afición del otro equipo le dio una de sus mayores alegrías deportivas.
“Fue en un derbi. Me rompí los ligamentos internos y externos del tobillo. Mientras esperaba la llegada de la ambulancia y me hacía a la idea de que tardaría al menos ocho meses en volver a competir, escuchaba los gritos de ánimo de las gradas. ‘¿Tantos seguidores han venido a vernos?’, le pregunté a un compañero. ‘No te jalean sólo los nuestros. Todo el estadio corea tu nombre. También los del SilverStorm’, me contestaron. Fue un bálsamo para el dolor”.
El Pepe Rojo tiene capacidad para 5.000 espectadores. Y, sí, muchas personas van a los partidos. Tantas, que en el 2016 hubo que jugar en el estadio José Zorrilla. Fue en la final de la Copa, que se disputaba en Valladolid y enfrentaba a los dos equipos de la ciudad. Una locura. Entre las 26.000 personas del público, incapaz de resistir los nervios, estaba él. Si hubiera podido, habría saltado al césped. De hecho, aún lo hace...
Trabaja como encargado de la empresa que se ocupa de la limpieza y el mantenimiento de los jardines del municipio de Arroyo de la Encomienda. Tiene 48 años y una prótesis de cadera. Aunque los médicos le han desaconsejado los deportes de contacto, a menudo juega 15 o 20 minutos con el tercer equipo, “sobre todo cuando hay lesionados y tienen problemas para completar el banquillo”. Le va tan bien que no descarta volver al judo. Su esposa, Cristina, pone el grito en el cielo y trata de quitarle la idea de la cabeza, pero sabe que su marido no tiene remedio. Es el veneno del deporte.