Será una de las imágenes de los Juegos, escenario de victorias pero también de escenas desgarradoras, en las que el deportista sufre y el público trata de acompañarlo. Carolina Marín, esplendorosa en la pista del pabellón de La Chapelle, había cerrado el primer set con un dominio que olía a victoria (21-14). Incluso encarriló el segundo en modo loba, como a ella le gusta definirse (“Estoy muy orgullosa de Carolina Marín, he sido la loba que quiero ser, y cuando Carolina Marín es esa loba que muerde y no suelta a su presa hasta el final todo funciona”, decía al acabar los cuartos de final, sintiéndose favorita), y olía la final con el marcador reflejando un 10-6 prometedor. Llegó entonces el drama.
La jugadora china Jiao Bing He, acorralada y en plena resistencia, esquinó un golpe de raqueta con su zurda, Marín, que también lo es, fue a cazar el volante y notó quebrarse su rodilla derecha. Pisó mal, la articulación no le aguantó y cayó sobre la pista, tendida en el suelo con gritos de dolor, llevándose las manos a la zona afectada. Se hizo el silencio en el pabellón, con las gradas repletas de un público que, español o no, siente un respeto infinito por el deportista olímpico y su esfuerzo, su sacrificio, su lucha para cumplir su objetivo. Esto son unos Juegos.
Intentó la de Huelva regresar al partido después de ser atendida por los médicos durante varios minutos. Volvió con un aparatoso vendaje compresivo en la pierna, pero apenas dos puntos sirvieron para confirmar que la rodilla no le respondía. Lo que siguió fue de una emotividad difícil de describir. Carolina empezó a llorar, se arrodilló y la grada se levantó para aplaudirla y acompañarla en un momento durísimo para ella. Incluso su oponente estaba afectaba, trataba de consolar a quien iba camino de derrotarla.
Marín, en estos Juegos, buscaba alcanzar un objetivo que iba más allá incluso de las medallas. Se había propuesto volver a ser quien era después de sufrir dos graves lesiones, una en cada rodilla, y había regresado a base de fortaleza mental a los 31 años cuando lo más tentador era tirar la toalla a medio camino. Todo es extraordinario en esta deportista, triunfadora en bádminton, un mundo dominado por países asiáticos, que cuentan por millones sus practicantes y por decenas sus campeones. Marín merecía el oro, pero el deporte es cruel. Solo le queda volver a empezar. Si la rodilla se lo permite.
La final la disputarán mañana Jiao Bing He y la coreana Se Young An, que se deshizo de la indonesia Gregoria Mariska Tunuung en tres sets después de una hora de partido.