Cuando Francia ganó su Mundial en París allá por 1998, andaba uno de corresponsal en la ciudad de la luz –y del amor, con permiso de València–. Cuarenta y ocho horas después del triunfo de la selección más multiétnica, multirracial y brillante de la historia de Francia, los bleus fueron las estrellas de la recepción del 14 de julio en los jardines del Elíseo. Vinimos a decir –menudos adivinos– que aquella victoria era un gol por la escuadra al Frente Nacional. El principio del fin del lepenismo, vaya...
Las buenas intenciones son maravillosas, pero 26 años más tarde el lepenismo se dispone a derrumbar las puertas de la Asamblea Nacional. Y vienen para quedarse. Días mustios para quienes admiran la República y sus valores. Es lo que hay, como en todo.
La estrella del fútbol francés, Kylian Mbappé, ha entrado en el debate electoral para alertar de que “los extremos están a las puertas del poder”. Si la selección del Mundial 98 no cambió el crecimiento de la hidra...
Naturalmente, un futbolista tiene todo el derecho del mundo a expresarse, sin que su sueldo, sus fichas y sus millones invaliden su opinión o el derecho a emitirla. Este derecho, sin embargo, ¿desaparecería si Mbappé hubiese dicho que Marine Le Pen es macanuda y tiene madera para presidir la República? Algo me hace pensar que el debate sería otro...
En paralelo, el portero Unai Simón se decantó por lo contrario: mejor no opinar sobre política. Como vasco, tiene sus buenos motivos para defender este criterio. ETA envenenó tantas cosas...
A estas alturas, ni Mbappé ni Unai merecen otra cosa que no sea un silencio respetuoso. Allá cada uno, todos somos mayorcitos. Para emplear su influencia o para dudar de que exista y sea efectiva. Lo que sí perjudica a la democracia es que aplaudamos a Mbappé por su compromiso y después tratemos de gilipollas al futbolista que se anime a pedir el voto a la ultraderecha. Ahí justamente es donde se crecen...