Al Girona hay que envidiarlo, no matarlo a besos

Pelotas fuera

Al Girona hay que envidiarlo, no matarlo a besos

Debemos alegrarnos todos los catalanes por la excelente temporada del Girona? Entiéndase, no nos referimos al halago zombi y rutinario que sirve para disimular la indiferencia y de paso quedar bien. Eso no es alegrarse, es tan solo hacer lo que de uno se espera. La pregunta refiere a si ha de embargarnos a los que no somos del Girona una sincera expresión de euforia porqué su éxito también nos pertenece. Vaya por delante que el reconocimiento al club gerundense no es opcional. A poco que a uno le agrade el fútbol, no queda otra que quitarse el sombrero ante lo que están haciendo los jugadores de Míchel, candidatos ya sin matices a ganar la Liga a pesar del descalabro copero del jueves.

Una excelente noticia. Más cuando hablamos de un equipo que todavía vive en plena comunión con el aficionado de proximidad, el que habita en calles y plazas cercanas y de nombres conocidos. El único capaz de dotar a una entidad deportiva de una personalidad propia irrepetible. El éxito del Girona, rebasado ya el ecuador de la temporada, revive la esperanza de un fútbol que no se asiente únicamente sobre los valores del mercado.

Es un equipo de ciudad que sigue respirando con los pulmones de su vecindario

¡Uy, pero si detrás están los petrodólares!, dirá el lector quisquilloso. Pues no. La afirmación no queda empañada por el hecho de que quien maneje el engranaje de gestión y gobernanza del club sea el City Football Group Limited con dinero del golfo Pérsico. Los clubs son lo que son; ni lo que fueron ni lo que serán. Y a fecha de hoy, el Girona es, a diferencia de otros, un equipo de ciudad que sigue respirando con los pulmones de su vecindario.

El entrenador del Girona, Míchel Sánchez, el miércoles en Son Moix

El entrenador del Girona, Míchel Sánchez, el miércoles en Son Moix

EFE/CATI CLADERA

Pero reconocer estos méritos no es lo mismo que sentirlos como propios. No es necesario experimentar nada parecido a una emoción para cumplimentar debidamente al protagonista de una hazaña. Y es en este terreno que se detecta una sobredosis de emotividad más falsa que un euro sevillano entre buena parte de los aficionados al fútbol catalanes. A ver, señores, ¡que ustedes no son del Girona!

Dejen de comportarse como si esta boda fuera la suya. Paren de toquetear la gloria de los gerundenses como si les perteneciera. Absténganse de devaluar las gestas de otros con una agitación impostada que convierte cada celebración en una convención de fariseos. Lo que hace grandes de verdad a los gerundenses es que se les envidie insanamente, no que se les mate a besos con el ánimo de convertirlos en segundo plato para todos aquellos que no han podido alimentarse con el primero, el que venía servido por su equipo de verdad. Así que saquen las manazas de ese maravilloso guiso quienes profesan la fe de otros colores. Para consolarse lo que toca es el pañuelo, no el Girona. Y ya nos entendemos.

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