Una de las bazas electorales de Donald Trump a pocos meses de las votaciones en Estados Unidos fue apuntarse el tanto del histórico acuerdo entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin firmado en la Casa Blanca el pasado mes de septiembre. Ese intento de normalización de las relaciones diplomáticas entre algunos países de Oriente Medio para poner fin al aislamiento israelí ya ha empezado a recoger frutos, también en el fútbol.
Hamad bin Khalifa Al Nahyan, miembro de la familiar real de los Emiratos, se ha hecho con la mitad de las acciones del Beitar de Jerusalén, uno de los equipos con más historia del país. Lo que nadie podía imaginarse era que la primera inversión árabe se produciría en el club con la afición más xenófoba de Israel y una de las más intolerantes del mundo. Prueba de ello es que hoy en día aún es la única entidad de la liga que jamás ha contado en sus filas con un futbolista árabe cuando estos representan un 20% de la población del país.
La ultraderecha
Es el único club israelí que nunca ha tenido en su plantilla un futbolista árabe
“Todos encaminamos al club hacia nuevos días de convivencia, logros y hermandad”, señaló el actual propietario Moshe Hogeg durante la firma de esta nueva alianza que debería llevar al Beitar de Jerusalén a cotas más altas. El jeque árabe, primo del príncipe Mohammed bin Zayed –propietario del Manchester City-, se ha comprometido a invertir unos 75 millones de euros en la próxima década para recuperar la gloria perdida en los noventa.
La ausencia de público en las gradas impedirá ver la reacción del sector nacionalista más radical, aunque un pequeño grupo de aficionados ya irrumpió en un entrenamiento del equipo la semana pasada para mostrar su rechazo cuando se rumoreaba sobre la compra de Al Nahyan. Suele ser un hecho bastante habitual. Cada vez que consideran que su “pureza” (tal como ellos lo definen) está en peligro, aparece el modus operandi de 'La Familia', el grupo ultra que empaña el respeto que pueda haber desde otras partes de la grada. La incitación al odio, el comportamiento violento y los recurrentes insultos racistas le ha costado al club una infinidad de multas y sanciones.
La intolerancia de la afición provoca que los jugadores musulmanes duren poco en el equipo. Antes de la adquisición del club por parte de Hogeg, un emprendedor vinculado al sector de la criptomoneda y de las nuevas tecnologías, en el Beitar de Jerusalén jugaron dos chechenos que ni mucho menos pudieron hacer historia en el club. Uno de ellos, Zaur Sadayev, el día que marcó su primer gol con la camiseta amarilla y negra vio como cientos de hinchas abandonaban la grada del Teddy Stadium disgustados. El día de su contratación ardió la sala de trofeos de la entidad como señal de protesta.
Otro momento significativo fue cuando Israel estuvo a punto de clasificarse para el Mundial 2006. Abbas Suan, de origen árabe, hizo soñar al país con un gol ante Irlanda que daba a la selección opciones reales. La reacción de La Familia pocos días después de ese tanto fue lucir la pancarta: “Abbas Suan, no nos representas”.
Primo del propietario del City
Al Nahyan desea que el Beitar sea “un ejemplo de que judíos y musulmanes pueden trabajar juntos”
El centrocampista jugaba en ese momento en el Hapoel Bnei Sakhnin, el principal club árabe de Israel. Los partidos entre ambos equipos es la máxima expresión del conflicto con Palestina. Su director general, Khalid Dkohi, espera que la llegada del jeque suponga “un cambio en la cultura racista”. “Si no es así, es una pérdida de dinero”, asegura. Lo cierto es que la operación, más allá del lavado de cara que representa para el Beitar, se debe principalmente a razones económicas. Hogeg no dio además luz verde a la operación hasta que obtuvo la bendición de un destacado rabino ultraortodoxo israelí.
Fundado en los años treinta por revisionistas sionistas, Beitar era el movimiento político más escorado a la derecha cuyos militantes eran de creencias profundamente judías y proclives a la organización militar. Así se conoce a los equipos del país bautizados con este nombre acompañado de sus ciudades, como sucede también con los Hapoel –progresistas- y los Maccabi –conservadores-. Es el club con el que más coquetea el Likud del primer ministro Benjamin Netanyahu, simpatizante como también lo fue Ariel Sharon.
Otro político como Ehud Olmer, exprimer ministro y exalcalde de Jerusalén, mostró su satisfacción por el acuerdo y minimizó ese rechazo. “Estoy seguro que la mayoría de aficionados del Beitar apoya esta decisión. No hay que dar importancia al pequeño grupo que lo critica y hace ruido. Se trata de gente que solo se dedica a manchar el nombre del club. Ojalá se desvinculen del Beitar", dijo en un canal de televisión israelí.
La lucha contra sus propios seguidores seguirá siendo uno de los grandes desafíos del Beitar. El otro será fichar al fin un jugador árabe. “Las puertas están abiertas a cualquier jugador con talento. No importa de dónde sea o qué religión siga”, afirmó Al Nahyan. Su deseo es que el Beitar sea “un ejemplo de que judíos y musulmanes pueden trabajar juntos”.