La adicción de este Barça por el vértigo se proyecta como un video mapping sobre el rostro compungido de los periodistas de prensa escrita. El equipo de Flick es un implacable aniquilador de crónicas, aquellas que tratan de intuir por dónde irán los tiros como un soldado novato sin chaleco antibalas en medio de dos trincheras. La consecuencia, pocas opciones de supervivencia. En el Metropolitano, por ejemplo, el partido discurría 2-0 con 70 minutos disputados. Acabó 2-4. Háganse una idea de los párrafos que acabaron siendo ametrallados por tremenda cantidad de goles. No es la primera vez. Ni será la última.
Hay un rasgo innato en este equipo muy próximo a la transgresión. El fútbol permite la especulación en mayor o menor grado, pero a este grupo de muchachos la idea de contenerse les seduce poco o nada. Dicha actitud se traduce en una insolencia seductora para el espectador neutral, no digamos para los afiliados al club, maravillados ante tal asunción de riesgo a favor de la causa que mueve más emociones: el ataque como manera insobornable de entender el juego y las victorias como su principal efecto. Hay momentos en los que se instaura una suerte de trance caótico que desarbola al adversario e impulsa la voracidad blaugrana.

Los jugadores del Barça celebran el 2-3 de Lamine Yamal
Hansi Flick ha incrustado la idea en la cabeza de sus futbolistas hasta el punto de que incluso cuando no tienen el balón su obsesión es robarlo cuanto antes para lanzarse a por el rival. De ahí la propuesta de la defensa adelantada. Enérgicos, entusiastas, contagiosos y bien guiados por un entrenador que les hace de padre mientras no renuncia a su manual revolucionario (este tipo le metió ocho al Barça con el Bayern, poca broma), los Cubarsí, Baldé, Casadó, Pedri, Gavi, Lamine Yamal y compañía han logrado arrastrar a treintañeros como Lewandowski e Iñigo Martínez, y la mezcla está resultando colosal.
La epifanía del dream teen, suceda lo que suceda a partir de ahora, ha reanimado a una masa social que se rebozaba desde hacía demasiado tiempo sobre melancolías por tiempos pasados. La Masia ha dado a luz a una generación extraordinaria y lo que viene detrás asusta: el juvenil se proclamó campeón de Copa el domingo tras arrollar al Zaragoza 5-0. Presente y futuro se funden como relojes dalinianos. Y estos jóvenes se los comen. Relamen las manecillas como si fueran espinas. Son únicos. Una banda de radicales.