El último 1 de febrero, después de un primer encuentro con Miquel Barceló en su taller de las tauleres de Vilafranca de Bonany, Mallorca, la expedición del Barça, encabezada por el presidente Laporta, con Josep Maria Solé y Sabaté, Manana Giorgadze, Jordi Finestres, Jordi Gómez, Eduard Casanovas y un servidor subimos a la furgoneta que nos tenía que devolver al aeropuerto. ¡Recuerdo que solo cerrar las puertas, estallamos con un “ Visca el Barça!”. El encuentro había ido muy bien. El genio de Felanitx había aceptado el encargo del cartel del 125 aniversario con mucho entusiasmo. Ya sabíamos que era un gran aficionado al fútbol. En las entrevistas no se esconde. En un magnífico documental, por ejemplo, Tierras Barceló, se le puede ver escuchando un derbi madrileño de la temporada 2017-18, retransmitido en directo por la radio, mientras pinta con barro unos grandes ventanales. También sabíamos que “con el 0-5 me hice culé para siempre”. Lo explicó en una entrevista a la revista Líbero . Lo que no sabíamos es que lo fuera con este grado de militancia y compromiso. Entre Miró, Tàpies y Barceló, yo no dudo ni por un solo momento de quién es el más culé de los tres.
La figura antropomórfica, compuesta de una multitud de elementos, humanos y animales, terrestres y marinos, que ha acabado protagonizando el cartel, fue una de sus primeras propuestas al lado de otras posibilidades como los peces o los estadios, que llenaban dos o tres cuadernos de maravillosas probaturas. El jugador que contiene la tensión, solo parcialmente resuelta, entre el colectivo y las partes, es la de cualquier trabajo en equipo, aquello que mantiene viva la institución, el club, y sus 125 años de historia. Construida poco a poco por una confluencia inestable de voluntades, a base de esfuerzos tenaces y de huidas de estudio, de aciertos y de pifias, de conjunciones astrales y de enemistades irreconciliables, por individuos tan reconocidos como por gente anónima. La asamblea de compromisarios de hoy, los grupos de opinión, la prensa, las peñas, o el debate que el entorno instala caprichosamente cada semana en el centro de nuestras atenciones.
Barceló tiene un estilo propio, tan marcado y poderoso, que, en cada trazo, en cada gesto, parece que esté todo
Como los grandes maestros, Barceló tiene una mano, un estilo propio, tan marcado y poderoso, que, en cada trazo, en cada gesto, parece que esté todo. Juguetón, festivo, gamberro, al mismo tiempo sensual y travieso. Como un niño, como el underground de los años setenta, como las vanguardias. De los tres últimos carteles, hechos por Miró, Tàpies y Barceló, el último es el único que habrá sido acogido por las redes sociales. Que 50 años después, el Barça siga acudiendo a los mayores artistas del arte contemporáneo para celebrarse es un motivo de orgullo.