Setién, en mala hora

Reencuentro con el exentrenador del Barça

Setién, en mala hora
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Quique SetiénN

AFP7 vía Europa Press / EP

En febrero del 2020, justo antes de que el mundo se encerrara por la pandemia, Quique Setién era la viva imagen de la campechanía y la felicidad. Enfundado en un chándal con el escudo del Barça aún vivía en una nube. La de verse en un sitio que solo se habría imaginado en sus mejores sueños. Destilaba entusiasmo, predicaba cruyffismo y aseguraba que la presión del fútbol no le desvelaba por las noches porque no le preocupaba lo que no podía controlar. Eran castillos en la arena. Pronto descubrió que no estaba hecho para el cargo de dirigir al Barcelona, al menos en aquellas circunstancias. Ni se hizo respetar lo suficiente ni los futbolistas le respetaron lo necesario. Una falta de autoridad que se tradujo en impuntualidades, falta de intensidad y un rendimiento decreciente. En entrevistas a toro pasado y en documentales con acceso a según qué interioridades se vio a un Setién poco firme y nada seguro de lo que estaba haciendo y diciendo. Después, el que fuera fino centrocampista del Racing lamentó no haber “hecho un Camacho” y no haberse marchado cuando vio que le tomaban por el pito del sereno.

Pronto descubrió que no estaba hecho para el cargo de dirigir al Barcelona, al menos en aquellas circunstancias

Pero se quedó y tuvo que porfiar con el club durante meses para pactar el finiquito tras el 2-8 ante el Bayern que hizo que el Barcelona pusiera punto y final a su breve etapa blaugrana. En octubre dijo que el Barça aún le debía dinero. Más allá de esas cuentas pendientes el cántabro estaría encantado de tomarse este domingo su revancha particular, la de un admirador del sistema blaugrana que se llevó un buen desengaño. No era el indicado para manejar estrellas, al menos unas muy resabiadas que no estaban precisamente a partir un piñón con la directiva de entonces. En ningún momento creyeron en el discurso de un hombre que venía de pasear en su tierra junto a las vacas. Quizás era demasiado normal para un trabajo extraordinario.

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