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Ronald Koeman cierra su paso por el banquillo blaugrana con 39 victorias en 67 partidos oficiales

El balance

También deja la sensación –y la realidad– de haberse comportado en todo momento como un hombre de club

La presentación de Sergi Barjuan como entrenador interino del Barcelona, en directo

Ronald Koeman saluda sonriente en un partido del Camp Nou

LLUIS GENE / AFP

Ronald Koeman se presentó ante el barcelonismo el 19 de agosto del 2020, apenas cinco días después del tremendo 2-8 ante el Bayern en Lisboa. En su declaración de intenciones habló de dominar los partidos, tener el balón, apostar por los jóvenes y avisó: si hay que tomar decisiones, se tomarán. En su primera fotografía le acompañaba Josep Maria Bartomeu y entre sus primeras tareas urgentes se anunciaba convencer a Leo Messi de su importancia en el proyecto que echaba a andar.

Un año y unos pocos meses después, el balance de Koeman, numéricamente hablando, no es positivo. Pero no puede decirse que no haya cumplido su palabra hasta donde las circunstancias le permitieron, sobre todo antes de verse desbordado por la situación, claramente en esta segunda temporada. Sin Messi, sin recambios de un nivel aceptable y sin otro camino que dar paso a los jóvenes. Lo ha hecho por convicción y también por obligación, con las salvedades ya conocidas aunque no explicadas, como la de Riqui Puig.

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Koeman cierra su etapa en el banquillo azulgrana después de 67 partidos oficiales. Con sólo 39 victorias, menos del 60 por ciento. Incluso menos del 40 si sólo se analiza la temporada en curso, catastrófica con los números en la mano. Pero también deja la sensación –y la realidad– de haberse comportado en todo momento como un hombre de club. Un entrenador que tuvo que convertirse prácticamente en portavoz único de la entidad en la etapa de interregno entre Bartomeu y Laporta. Que tuvo que apechugar con la peor noticia que puede recibir un entrenador en cualquier punto del planeta: quedarse sin Leo Messi. Que ha tenido que aceptar que casi nunca le dieran los fichajes que pedía cuando los pedía. Y que pese a todo, hasta el hundimiento final, ha intentado ser fiel a sus principios. Fue valiente con los jóvenes y tuvo un pasaje de gloria con la conquista de la Copa, el pasado mes de marzo.

Koeman ha dirigido un equipo sin el apoyo del público, también sin las protestas, que las habría tenido, qué duda cabe. Y ha intentado navegar entre las necesidades tácticas, que él entendía imprescindibles para salir mínimamente airoso, y las exigencias externas que le llegaban, y no sólo desde la opinión pública. No siempre es fácil, por no decir que suele ser imposible. Su Barça se ha mostrado especialmente blando, sin carácter ni capacidad técnica ante los rivales de mayor fuste.

El técnico neerlandés ha apostado por los jóvenes, pero no ha conseguido dar un estilo a su Barça

La competición europea ha sido especialmente dura con Koeman. Ahí están el 0-3 con el Juventus, el 1-4 con el PSG, el 0-3 con el Bayern y el más reciente 3-0 en el terreno del Benfica. Y también las tres derrotas en tres partidos ante el Real Madrid y la imposibilidad de batir al Atlético. Rivales todos que han exhibido una agresividad y una convicción que el Barça actual (y anteriores) desconocen.

Pero al mismo tiempo, mientras se sucedían las lesiones determinantes como las de Ansu Fati y Dembélé, ha ido aportando jugadores que quedan para su sucesor. Pedri, Gavi y Nico, los tres por debajo de los 20 años, han llegado para quedarse, sea quien sea el próximo inquilino del banquillo.

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Koeman disfrutó de una bola extra tras la derrota de Lisboa. Aquel era un partido clave y a los tres minutos ya perdía el Barça. Se dio por hecho que la destitución era inminente.

En su conferencia de prensa previa al partido del Metropolitano dio la sensación de que se estaba despidiendo y repasó su etapa: “Lo mejor, el día que firmé; lo peor, cuando se fue Messi”, dijo. Pero el descenso a los infiernos prosiguió. Derrota (2-0) en el Metropolitano, en casa ante el Madrid (1-2), pobrísima victoria ante el Dinamo de Kíev (1-0) en la Champions y un espejismo ante el Valencia (3-1), un equipo que, como se ha confirmado luego, encaja goles con abrumadora facilidad.

El balance final de Koeman es vaporoso, como el fútbol de su Barça demasiado a menudo. No dudó en forzar su salida de la selección neerlandesa para hacerse cargo del Barça, aunque sabía que llegaba en el peor momento, deportivo, institucional y económico. Aceptó renegociar su contrato cuando las circunstancias lo exigieron. Ha intentado salir adelante “con lo que hay”.

Pero al mismo tiempo Koeman deja sobre el césped una sensación de vacío, de falta de estilo y, fundamentalmente en esta agonía final, de poca autoestima entre los jugadores. La rebeldía para sacar adelante el título de Copa, con prórrogas, penaltis y remontadas, fue un espejismo. Y como los resultados mandan, sobre todo para un entrenador, son los resultados y la imagen de un partido como el de Vallecas los que acaban con la etapa de Koeman al frente del Barça. No alcanza para más.

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