20 años del regreso de Figo al Camp Nou: la segunda vez hace olvidar la primera

Efeméride

Cada vez que el luso tocaba la pelota la bronca sonaba con voluntad de posteridad

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Puyol persiguió a Figo hasta la cocina el 21 de octubre del 2000

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Las efemérides sirven para ordenar lo que la memoria modifica. Hace veinte años, Luis Figo volvió al Camp Nou vistiendo la camiseta del Real Madrid. Pero cuidado: no fue la noche de la cabeza de cochinillo. Repito: no fue la noche de la cabeza de cochinillo. Durante el partido llovió, el entrenador del Barça era Llorenç Serra Ferrer, en el Barça jugaban, entre otros, Abelardo, Puyol, Cocu y Reiziger y en el Madrid Raúl, Guti, Munitis y Makelelé. A diferencia de lo que afirman algunas versiones, Figo no se escondió. Incluso lanzó una falta peligrosa que, en circunstancias normales, habría ejecutado Roberto Carlos y le sacaron una tarjeta amarilla por una de esas entradas que aplaudíamos cuando jugaba con el Barça pero que, con el Madrid, nos parecían dignas de ser castigadas con roja directa.

Un dato objetivo: la eficacia del juego de Figo fue desactivada por un marcaje individual con denominación de origen Puyol. Cada vez que Figo tocaba la pelota la bronca sonaba con voluntad de posteridad y cuando se acercaba a la banda o a los córneres, le lanzaban objetos no tan icónicos como el cochinillo decapitado que, en 2002, desmintió la teórica urbanidad del Camp Nou. El comentario oficioso que resumió la actitud de Figo: que no se había atrevido a lanzar los córners (como si fuera posible en esas circunstancias).

Hombre a hombre

El juego del portugués fue desactivado por un marcaje con denominación de origen Carles Puyol

La simbología ofensiva del cochinillo alteró la memoria de muchos culés, que hoy fruncen el ceño cuando redescubren ese primer regreso de Figo parcialmente olvidado, mucho menos escandaloso y mítico que el segundo. La prueba de que la animadversión ambiental fue relativamente civilizada es que al final del partido el portugués fue abrazado fraternalmente por Sergi y, con mayor moderación, por Abelardo y Rivaldo. Este gesto se interpretó como un acto de apoyo a un excompañero, al margen de las connotaciones sagradas de fidelidad a los colores.

Igual que sucede con el concierto de los Beatles en La Monumental, no todos los culés que afirman haber ido al Camp Nou aquella noche estaban ahí pero, a estas alturas, mejor no llevarles la contraria. A menudo la memoria es una forma legalizada de ficción, quizá porque, como decía Robert Louis Stevenson, tener buena memoria también sirve para decidir qué tienes que olvidar y qué no. Hablo por mí: no recordaba el primer regreso de Figo y daba por hecho que el segundo había sido el primero. También recuerdo que el lanzamiento del cochinillo me pareció –a mí y a muchos– una vergüenza impropia de un club como el Barça. Era una opinión que entonces también funcionó como sucedáneo de protesta contra las vinculaciones entre los sectores más cafres y violentos de la afición y una directiva que agonizaba en la decadencia.

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Imagen icónica de Luis Figo en el Camp Nou

Àlex Garcia

El paso de los años, sin embargo, hizo confluir dos fenómenos. Por un lado, la escena del cochinillo creció en valor simbólico gracias a que la animadversión contra el Madrid en general y la traición de Figo en particular se consolidaron como señas de identidad del barcelonismo moderno. Era una forma de adoctrinamiento por inmersión a la que la perspectiva de los años aportó más indulgencia (y cierto orgullo salvaje) que vergüenza. A base de repetir la imagen y anteponer el factor emocional a la objetividad de hemeroteca, se alteran las percepciones y el pasado se somete a una especie de cirugía estética. Por otro lado, Figo no hizo nada para redimirse. Al contrario: oficializó su convicción de que jugar en el Barça sirve para consolidar una carrera mientras que jugar en el Madrid sirve para culminarla y reforzó el lado más desagradable de su perfil.

Una imagen inolvidable

La simbología ofensiva de la cabeza de cochinillo llegó después, pero alteró la memoria de muchos culés

Es una opción que, como es lógico, lo distanció del Camp Nou, pese al esfuerzo de algunos de sus compañeros (Guardiola, sin ir más lejos) por explicar la historia desde el punto de vista del pragmatismo profesional, tan alejado del fragor sentimental de los aficionados. Veinte años más tarde, cada uno puede entretenerse en remover los estantes de su propia memoria y comprobar si el recuerdo que nos ha quedado de Figo son los años que jugó en Barça (y sus cánticos antimadridistas en el balcón de la Generalitat) o la aureola de Judas oficial encarnada por un cochinillo que la leyenda ha transformado en uno de los tótemes de la tribu. Un cochinillo decapitado que, para que quede claro, no voló la primera noche que el portugués volvió al Camp Nou como madridista sino la segunda. Por cierto: aquella primera noche el Barça ganó 2-0 y uno de los goles lo marcó Luis Enrique, que muchos madridistas también consideran un traidor.

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