Y esto es todo: Nadal se retira tras la eliminación de España
Tenis | Davis Cup Finals
El campeón balear deja el tenis, lastrado por la derrota de España ante los Países Bajos
¡Vamos! Todo lo que Rafael Nadal nos ha dado
Retirada de Rafa Nadal, en directo | Última hora y reacciones al adiós del tenista
Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia
Roy Batty, ‘Blade Runner’
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Caen lágrimas, se enrojece la mirada de Rafael Nadal (38), el mito que se va.
Se marcha el manacorense y se mezclan los sentimientos en el pabellón Martín Carpena, pues este es un adiós extraño: Nadal se despide compitiendo, tal y como él pretendía hacerlo, pero lo hace superado por las circunstancias, derrotado por Botic van de Zandschulp, lastrando al equipo español.
Sí, este es un epílogo extraño.
Y el clímax se enturbia.
En la profundidad de la noche, se celebra un homenaje en el centro de la pista, y Nadal ya no quiere estar allí, no esperaba irse de este modo, hay silencio y hay pesar en la atmósfera, solo los neerlandeses celebran este momento, lo celebran como intrusos, como el amigo no invitado que se ha colado en tu fiesta, quita tu música y pone la suya, sirve las copas, apaga la luz al salir y todo lo arruina.
Extraño epílogo
Este es un adiós extraño: Nadal se marcha jugando, como soñaba, pero superado por su presente
Son las doce de la noche y el recorrido ha sido largo. Se ha prolongado por siete horas (el Nadal-Van de Zandschulp había arrancado a las cinco de la tarde), incluso por más tiempo, pues a media mañana ya habíamos averiguado que el manacorense iba a abrir la eliminatoria.
Ahí está Nadal entonces. El hombre lo intenta, buscando lo imposible, siendo coherente consigo mismo. Lo pelea, pero ya no da de sí: transige ante Botic van den Zandschulp (doble 6-4) y, a media tarde, los cronistas empezamos a preguntarnos:
–¿Ha llegado definitivamente la hora? ¿No le veremos competir más?
Y dudamos durante un buen rato, el tiempo que tarda Carlos Alcaraz en igualar el cruce, al vencer a Tallon Griekspoor en el segundo turno (7-6 (0) y 6-3), pero lo asumimos definitivamente ya en la noche, cuando el dobles se encalla y todo acaba (Alcaraz y Granollers caen ante Koolhof-Van de Zandschulp al ceder ambos tie-breaks), por mucho que la hinchada, derrotados todos, se anime a animarle:
–Te queremos, Rafa.
Esto se acaba y el mito llora al cierre como ha llorado antes, en los prolegómenos. Llora mientras suena el himno de su país y ve pasar ante sí su carrera deportiva.
Antes de este extraño desenlace, Rafael Nadal ha sido él mismo.
Se ha tuneado la pista, ha colocado los botellines en diagonal “como soldados en formación” (Federer dixit), ha repartido las toallas en las cuatro jardineras de las esquinas, ha prolongado sus rituales, no ha pisado las líneas, se ha secado la frente con la muñequera antes de servir, se ha estirado el pliegue del pantalón, ha botado y botado y el botar no tenía fin, y Botic van de Zandschulp (29), hipotético comparsa en este escenario, le ha esperado sin decir ni mu: este neerlandés es un tipo paciente y educado y no celebra un solo golpeo, ni sus aciertos ni los errores del manacorense.
Van de Zandschulp (80.º del mundo) tiene poco pedigrí, pero tiene la juventud y el ritmo de competición (45 partidos ha disputado en este 2024, frente a los veinte del manacorense), y por eso no siente el peso de la Nadalidad , ni siquiera en su primer juego al servicio, cuando comete tres dobles faltas seguidas.
Ni ahí le ve las orejas al lobo.
Cuando pienso en la Nadalidad, pienso en Andy Roddick.
Es posible que el estadounidense haya sido el primero en sentirla, aunque esto es periodismo-ficción, pues me estoy yendo al 2004. Me estoy yendo a La Cartuja de Sevilla, a 200 km de aquí, a 200 km de Málaga, estoy recuperando aquel gesto valiente de los capitanes de España (entonces, el G3 de Avendaño, Arrese y Perlas), gesto valiente como el que este martes se había impuesto Ferrer.
Lo que pasa es que este Nadal no es el que ha sido durante dos décadas, es un Nadal otoñal, acaso achacoso, es un tipo que vislumbra la puerta de salida y que, terco y mitómano, se ha marcado un último compromiso, ese adiós con el que sueña desde hace meses.
Un adiós en la pista.
Y Ferrer y el resto del equipo español le ha concedido el pase. Y las decenas de aficionados adinerados, los que han pagado 30.000 euros por una entrada en la reventa, se lo agradecen.
En las gradas, igual que las toallas de Nadal en las jardineras, se tienden los colores. De un lado, el rojo de los españoles, una marea como aquella de La Cartuja. Del otro, el oranje de los neerlandeses, a estos tampoco les intimida la Nadalidad.
– Let’s go, Botic!
–¿Por qué no te callas?
Nadal contempla la gigantesca ensaladera, asomada a una esquina, justo debajo de la grada oranje, y por conseguirla hace de todo, todo lo hace suyo: le salta el antivibrador del cordaje y detiene el partido entre punto y punto. Suda y empapa la moqueta antes de servir, y le pide a Ferrer otra toalla, la quinta que usa ya, y apenas van 31 minutos de choque.
Para entonces, el manacorense está 4-3 arriba, pero ahora vienen los apuros, los apuros de verdad.
Van de Zandschulp le iguala a cuatro y luego le rompe el servicio (4-5) y saca para apuntarse el parcial. Un cronista neerlandés pasea la mirada por la tribuna de prensa. Contempla a los plumillas españoles, nos contempla uno a uno, acaso pulsando la atmósfera.
Pongo cara de póquer.
–Este partido lo vamos a ganar –vocea la grada roja.
No va a ser posible.
El neerlandés se lleva la manga y el manacorense se va al baño. Desaparece de escena durante cuatro minutos. A ver si se enfría Van de Zandschulp. La maniobra no funciona. Nadal pierde el saque en la apertura de la segunda manga y el asunto se pone cuesta arriba. La tarde se vuelve un galimatías y Alcaraz , un rato más tarde, suelta fogonazos, aplaca a Griekspoor, pero ya no da de sí en el dobles.
Aquí se apaga el tenis español y aquí se apaga Nadal, exactamente en este orden.