Si evoco aquella ceremonia de clausura, un sudor frío me recorre el espinazo.
Me refiero al cierre de Río 2016.
Lo han dicho muchos, algunos con alto cargo en el olimpismo, y yo no les voy a desmentir. Los Juegos de Río habían sido una mala idea. Deportistas, ejecutivos, periodistas y curiosos experimentaron episodios inquietantes. En Copacabana, hubo atracos a las puertas de hoteles. El conductor de un autobús repleto de cronistas se equivocó de trayecto y se enredó en una favela. La comitiva acabó tiroteada. Hubo periodistas arrodillándose bajo sus asientos mientras las ventanas se hacían añicos. Hoy, un abanico de sedes de aquellos Juegos han sido tomadas por vagabundos. Y buena parte de los políticos que lideraron aquel proyecto están entre rejas. Corruptos.
En la noche de la clausura estalló una tormenta tropical sobre Maracaná, mientras una ridícula fanfarria musical se desplegaba sobre el terreno musical. El espectáculo evocaba a las Mamachicho o a una escena de fiesta mayor. Los cronistas, sonrojados, tecleábamos con la mirada puesta en la pantalla.
Mejor no mirar aquello.
Llovía a cántaros, y de repente se detuvo la música.
Silencio.
Pop francés
Barra libre a escenas lentas, barra libre luego al pop francés, y Hollywood que se hace el remolón
Al fin, un fogonazo de música electrónica tomó el escenario, y al instante el lugar se pobló de danzarines de peinados simétricos y de acróbatas sincronizados al milímetro, y del suelo emergió un contraste de neones que proyectaban luces hacia el firmamento, y al fin se hizo la luz: TOKIO 2020.
Y todos los parroquianos voceamos entonces:
–Sí, por favor, sí, vámonos a Tokio.
Pues pensábamos que Tokio 2020 iba a desplegar los Juegos nunca vistos.
Y así fue, Tokio lanzó al firmamento los Juegos nunca vistos. Nunca vistos, por extraños: pues al fin y al cabo, Tokio 2020 fue lo que fue.
Tokio 2020 se celebró en el 2021 (ninguna otra edición ha sido en año impar), condicionado por la pandemia, y en vivo solo pudimos contemplarlo los enviados especiales, fantasmas anónimos que deambulaban entre las sombras, bajo la anonimia de las mascarillas. Y fue así, al ritmo de cuarentenas y cotidianas pruebas de Covid, como se diluyó la maravilla, qué extraños fueron aquellos Juegos.
Pasé un buen rato pensando en todo aquello anoche, mientras contemplaba el cierre de París 2024, mientras Thomas Bach y sir Sebastian Coe le entregaban las medallas a las medallistas del maratón, y también más tarde, cuando el vertiginoso futuro que debía asomarse al Stade de France, rindiéndonos a un mundo de fantasía y entretenimiento sin igual, iba derivando hacia un batiburrillo de escenas lentas y metafóricamente cuestionables que enervaron a los internautas.
Y así se fueron enlazando momentos inconexos, barra libre al pop francés, ahora aparecía Phoenix interpretando Lisztomania, pieza dedicada a aquellos que han perdido su lugar en el mundo, ahora la banda indie se mezclaba en el escenario con Angel y Kavinsky y el Nightcall que popularizó Drive, aquella creación de antihéroes que interpretaba Ryan Gosling, ahora aparecía Air, y así iba avanzando la noche mientras me decía:
–Muy bien, pero ¿cuándo sale Tom Cruise?