Narrativa olímpica

Por la escuadra

Narrativa olímpica

R etransmitir y comentar competiciones deportivas es una ciencia inexacta y difícil. París confirma que las opciones son diversas, pero que, en general, las cadenas de televisión y las emisoras de radio apuestan por un cóctel de información, entretenimiento y estridencia. Los grandes modelos del pasado (pienso en Paloma del Río) son una referencia relativa, porque el presente obliga a reforzar al componente del espectáculo y de la identificación. Los códigos de la inmediatez son más demagógicos que los de la actualidad documentada. Es una espiral que convierte a los narradores y comentaristas en atletas de la onomatopeya admirativa o, si se tercia, de la exaltación patriótica.

Hay, por suerte, un mínimo reparto de papeles que preserva la jerarquía periodística de los hechos. La diversidad de pruebas obliga a repetir cuáles son las reglas y a trufar el relato con datos de interés desigual que, en las competiciones largas, abusan de la reiteración. En pruebas rápidas y explosivas, en cambio, los narradores entienden que deben mantenerse en un segundo plano, con breves y sustanciales intervenciones que explican lo que el espectador está viendo. La coordinación entre el relato central y las intervenciones expertas es básica para lograr una retransmisión compensada y amena. Pienso, por ejemplo, en el método de Àlex Corretja como comentarista del tenis (Movistar+ y Eurosport), que, sin renunciar al factor de la adhesión, siempre antepone un criterio que ayuda a entender el juego desde la experiencia argumentada. La duración de los partidos de tenis, además, dificulta la gestión de las intervenciones.

En las radios, la ausencia de imágenes obliga a otro tipo de retransmisión

En las radios, en cambio, la ausencia de imágenes obliga a un planteamiento diferente. La competitividad entre las emisoras líder (Cope, Ser) ha sofisticado unas retransmisiones corales que imitan el ambiente de aficionados, el espíritu hooligan y la estridencia populista. Aspiran a acompañar a la masa de oyentes que, por razones profesionales o privadas, no tienen acceso a las imágenes. Por contagio, sin embargo, este modelo de retransmisión también sirve a los aficionados que, aunque están siguiendo las pruebas por televisión, conectan con este relato expansivo, vocinglero y de­sa­complejadamente informal. Aquí la lógica periodística se somete a las exigencias de una inmediatez épica. Euforias y decepciones se manifiestan con expresiones coloquiales, alejadas de la convencionalidad comunicativa. Se entiende que el deporte lo permite, aunque el espectador pueda preguntarse si tiene sentido que un comentarista contratado como experto se limite a gritar todo el rato “¡Vamos, vamos!” o “¡Madre mía, madre mía!”.

Las atletas en acción en el Estadio de Francia, en Saint-Denis

Las atletas en acción en el Estadio de Francia, en Saint-Denis

REUTERS

La oferta narrativa, sin embargo, es lo suficientemente plural para encontrar muchas alternativas. El elemento que más chirría es la voracidad de los momentos posteriores a las pruebas. Con un furor invasivo (heredado del estilo intimidante de José María García), se buscan a los familiares para compartir el éxito y la decepción. Un minuto después de la derrota, el pobre reportero debe cumplir con lo que le exige la emisora, buscar al atleta y, quiero pensar que con cierta vergüenza, preguntarle: “¿Cómo estás?” (¿y cómo quieres que esté?). Eso por no hablar de la explotación del dolor, como ayer sucedió con la recreación de los aterradores sollozos de Carolina Marín en el momento de lesionarse.

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