Onassis y Niarchos le dan al balón

Deportes sin fronteras

Los navieros griegos luchan por el poder con el fútbol y el baloncesto

Ambiente caldeado en el pabellón de la Paz y la Amistad antes de un derbi ateniense Olympiacos-Pananthinaikos

Ambiente caldeado en el pabellón de la Paz y la Amistad antes de un derbi ateniense Olympiacos-Pananthinaikos

Panagiotis Moschandreou/Getty

Eso de la pasión, el ambiente y las ollas a presión que son algunos estadios (Estambul, Glasgow, Buenos Aires…) se ha convertido en un topicazo. La mayoría de los clubs tienen grupos de animación que repiten los mismos cánticos, sin relación alguna con la evolución del partido y si el equipo juega bien o juega mal, gana o pierde, y su tarea se podría encargar sin ningún problema a la inteligencia artificial. En Atenas es diferente porque lo que pasa no tiene nada que ver con el fútbol o el baloncesto, sino con un odio atávico y visceral y la lucha por el poder entre los oligarcas, por lo general de la industria naviera, los herederos de Aristóteles Onassis y Stavros Niarchos.

Bengalas de colores, olor a pólvora, ruido ensordecedor… Nada de eso es noticia, pasa hasta en las mejores familias (con excepción de la tumba de Montjuïc). En los derbis de la capital griega, e incluso en los partidos contra equipos de provincias si tienen una cierta importancia, los presidentes saltan al terreno de juego hasta por una tarjeta amarilla discutible, se encaran con los árbitros y desenfundan la pistola como bandoleros del salvaje Oeste.

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El pabellón de básquet de la Paz y la Amistad, en El Pireo, es una reliquia como el Ágora o la Acrópolis

Numerosas son las rivalidades en las que un equipo se considera el de la clase obrera, y al otro, el de las élites, En Atenas, el siglo pasado, el primer papel habría correspondido al Olympiacos de los muelles de El Pireo, apoyado por los estibadores del puerto y las clases medias mercantiles, y el segundo, al Panathinaikos, establecido en el centro de la ciudad y favorecido por los políticos y la gente acomodada. Pero esa línea divisoria se ha evaporado hace mucho con los cambios demográficos, Ahora ambos dicen ser el de los griegos auténticos, los patriotas, el pueblo, los que sufrieron la austeridad de la década pasada y son antiestablishment (el perfil parece el de votantes neofascistas en cualquier país de Europa, aunque hay igual porcentaje de derechas que de izquierdas). En su página web los rojiblancos de El Pireo presumen de no haber jugado durante la II Guerra Mundial ningún amistoso contra visitantes nazis, “no como otros”.

El grado de violencia es tal que, después de numerosos incidentes y un par de asesinatos, hace veinte años se prohibió la asistencia de los hinchas del Panathinaikos al Georgios Karaiskakis, de los del Olympiacos al Apóstolos Nikolaidis, y los de ambos al Agia Sophia del AEK, y viceversa. Aunque este último tiene una idiosincrasia diferente, genuinamente progresista desde que se fundó hace justo ahora un siglo para asistir a los refugiados (los inmigrantes generan poca simpatía, y las tragedias están a la orden del día).

En el baloncesto, la dinámica es la misma, y camino del Pabellón de la Paz y la Amistad (es obviamente un decir) no hay un solo hincha del Panathinaikos para el cuarto partido del playoff por el título de liga. De hecho, la línea 1 del metro desde el centro de Atenas deja misteriosamente de funcionar para hacer más difícil el traslado de cualquier posible infiltrado. El tráfico es imposible. Dos de los mejores equipos de Europa (el vigente campeón y el verdugo del Barcelona) se enfrentan a las 21.15 horas, un día en que las temperaturas alcanzan los 45 grados y la Acrópolis ha sido cerrada entre el mediodía y las 17 horas. Es un pabellón vetusto, sin aire acondicionado, con algunos de los asientos rotos y las gradas de detrás de las canastas tan alejadas que hay que imaginar lo que pasa. Lo que pasa es que los aficionados (en su inmensa mayoría, chavales) se desgañitan a gritar, alzan el puño al aire cuando los suyos anotan y gritan “malakas” (mejor no traducirlo, por la audiencia menor de edad) cuando fallan un tiro libre, acontecimiento habitual.

Y al final, cómo no, pierden.

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