Después de la victoria contra Croacia, el seleccionador español Luis de la Fuente elogió a sus jugadores y afirmó que “la calma es poder”. Es una frase que interpela a lo que llamamos entorno y que en el caso de la selección tiene tentáculos solo comparables a los del entorno culé. Todavía hoy arrastramos el ruido provocado por figuras como Javier Clemente o Luis Enrique. Ninguno de los dos rehuyó el cuerpo en cuerpo con una profesión periodística esclavizada por un sistema de comunicación en el que la inmediatez ha vampirizado la actualidad (que, previamente, había vampirizado la información a través del entretenimiento).
Por suerte, también hubo seleccionadores inteligentes que no comulgaron con la discordia recreativa. Vicente del Bosque, por ejemplo, y, a su manera, Luis Aragonés, lo suficientemente excéntrico e imprevisible para no responder a ninguna provocación que no hubiera provocado él mismo. Después de Luis Enrique, que reabrió heridas en el universo mediático, la llegada de De la Fuente aún no lo ha definido como prescriptor de ninguna tendencia.
Si Espanya gana su próximo partido, se dispararán las euforias patrióticas
Que la Eurocopa haya empezado con una victoria indiscutible y la vistosidad de un juego de equipo con pocas estrellas ha inclinado la balanza de la arbitrariedad hacia la euforia. Una euforia que, si se confirma en el próximo partido, disparará todos los mecanismos de patriotismo exacerbado. Es, con diferencia, lo peor de este espectáculo: la épica barata que, cuando se gana y cuando se pierde, instala catapultas y cadalsos en vez de disfrutar de una plenitud transversal. Andrés Iniesta lo resumió muy bien cuando, en pleno recibimiento del equipo ganador del Mundial de Sudáfrica, dijo, ante la histeria de la multitud: “Si lo llego a saber, no marco”.
De la Fuente acierta al definir la calma como un factor de control de las expectativas. El poder de la calma es el mismo que, ya veremos hasta cuando, permite a Hansi Flick trabajar con ideas propias sin sufrir demasiado las interferencias de un entorno que, en los últimos veinte años, ha vivido momentos de delirio terapéutico (para soportar las incertidumbres de los últimos mandatos presidenciales). Las especulaciones sobre fichajes y nuevos sistemas tácticos no pueden afectarlo porque, a estas alturas, ni siquiera ha sido presentado oficialmente. Igual que De la Fuente, Flick aprovecha esta tregua para exprimir sus ideas sabiendo que el fútbol es un artefacto perverso cargado de una incertidumbre oportunista.
La calma también tiene otra dimensión: Lamine Yamal. En la Cope, viendo un primer plano televisivo del jugador (dieciséis años: intentad recordar quiénes erais y qué hacíais con dieciséis años), el radiofonista Paco González dijo: “No se le ve muy estresado. Parece que esté esperando a que acabe el partido para ir a jugar a la play con sus amigos”. Esta es la actitud. Un desprecio casi cósmico –de quién mastica chicle mientras suenan los himnos– con la atención descontrolada del espectáculo. Ojalá los aficionados y los comentaristas fuéramos capaces de asimilar esta idea de la calma en los momentos de alegría y en los momentos de decepción.