Nunca perderán una final
De todas las maneras posibles y de la misma. Yendo de tapado o de favorito. Sufriendo hasta el último instante o siendo muy superior. Aguantando el chaparrón hasta el descanso y reaccionando después. En Amsterdam, en París, en Lisboa, en Milán o en Londres. En el fondo da igual el sitio. En todas partes el Madrid levanta su copa, canta su himno, se emborracha de euforia y va aumentando su cuenta de títulos europeos a una velocidad industrial. De la séptima a la decimoquinta, poco más de un cuarto de siglo. Un dominio descomunal de una competición en la que pone su sello.
A veces, con ingenio. Otras, con genio. En ocasiones, con honores. En otras, sin merecerlo. En algunos casos, con polémica. Pero el final siempre es el mismo. El capitán blanco de turno alza al cielo el trofeo y Florentino Pérez se sonríe en el palco, ahora con Mbappé preparado para saltar a la palestra.
Ni Wembley, hasta ahora Tierra Santa barcelonista, pudo cambiar el destino de la historia. La que dictará que en esta Champions el Madrid ha sido campeón sin sus centrales titulares, con su portero estrella solo apareciendo en la final y después de haber perdido a su mejor delantero. Un equipo que se ha impuesto teniendo como héroes a Rüdiger, Lunin, Lucas Vázquez, Joselu (cedido por el Espanyol) o Carvajal. La clase media obrera del Madrid, la que muchas veces marca la diferencia por fe, por orgullo, por convicción o por mentalidad.
No todo es suerte, que la hay, ni mucho menos. No todo son decisiones arbitrales, que otros días influyeron, claro. Cuando un equipo baja la persiana de la temporada con solo dos derrotas, ambas ante el Atlético, es que se ha comportado de manera titánica. Lo que parecía un ejercicio de transición se transformó en un curso sobresaliente para el conjunto de Ancelotti. 64 años le contemplan. 66 a Gasperini. 63 a Mendilíbar. Los técnicos campeones de Europa de esta primavera. Los 60 están de moda. Lo que no cambia es la relación entre el Madrid y la Champions. Nunca volverán a perder una final.