El Barça goleó al Rayo para dar por terminada una temporada mustia. Pero el partido había sido previamente convertido en un estorbo gracias a la parte oscura del club, que filtró hace días a los medios de comunicación que el presidente Laporta había decidido destituir a Xavi sin decírselo al interesado. La maniobra, impropia de la supuesta grandeza del club, replica el trato que se le dispensó a Ronald Koeman, otro mito del barcelonismo que fue obsequiado con una innecesaria agonía.
La versión oficial, que no la parte oscura, asegura que el encuentro definitivo entre presidente y entrenador se pospone hasta el lunes que viene para respetar la final de la Champions femenina, un toque de humor si se tiene en cuenta que en este club la calma y la discreción no se incluyen en los estatutos. En una semana, a Laporta le da tiempo para cerrar al nuevo entrenador o para renovar a Xavi tres temporadas. La segunda opción es inventada. Es más probable la primera. Aunque de dónde sacará Laporta el dinero para el finiquito de Xavi y su staff y para pagar al sustituto y sus correspondientes peticiones es un misterio.
Este nuevo episodio acentúa la vulgarización de un Barça al que últimamente solo salva la Masia, equipo femenino aparte.
La gravedad de la situación del club trasciende a la continuidad o no del entrenador
La temporada actual, además de para ver poco fútbol y a un equipo estancado y poco vistoso, ha servido para confirmar que el club pasa por una severa crisis que va más allá de la continuidad o no de su actual entrenador. De hecho, el baile de técnicos de los últimos tiempos (tres en tres años) describe la inestabilidad de un Barcelona que siempre ha ligado sus momentos de esplendor con la perdurabilidad y la cobertura de sus líderes, fueran estos Cruyff, Guardiola, Luis Enrique o, por encima de todos, Messi, hoy en Miami por cierto (tercer mito eliminado). La depresión, por tanto, no es tan solo deportiva sino que tiene alcance institucional, y pese a no arrancar con Laporta (su antecesor Bartomeu fue una calamidad en la segunda mitad de su mandato) está tocando fondo con el actual presidente, cuya anticuada hoja de ruta ha tenido la adaptabilidad de un pergamino bajo el agua.
La situación es de tal gravedad que requiere de una mirada no viciada por los ismos, uno de los males endémicos de un barcelonismo (el ismo de verdad importante) cuyos respectivos acólitos han perdido el tiempo con batallas aburridísimas desviando la mirada de lo esencial, que consistía en custodiar una entidad admirada por su singularidad: posee potentes raíces identitarias, es de sus socios, promueve el buen fútbol y es extraordinariamente polideportiva.
Tan ocupadas estaban las facciones en discutirse las unas con las otras que los últimos tres presidentes, tan supuestamente distintos, fueron atravesados por los mismos males, llámenle André Cury o Enríquez Negreira, dejando que la fealdad se extendiera, erosionando una reputación hoy manchada.
El panorama es el que es. Económicamente el club se sostiene no se sabe cómo. Agotado el efecto de las palancas y fallida la operación Barça Media, el club no puede cumplir hoy por hoy con el presupuesto y ya se plantea pedir un nuevo crédito que podría llegar a los 100 millones de euros tal como informó Manel Pérez en este diario. Con Laporta al mando ya no se habla de fichar sino de inscribir, un giro semántico que define el yunque en forma de deuda que impide un caminar ligero. El presidente, asesorado por un grupo menguante y exótico de asesores, ha dejado escapar toda materia gris o directamente la ha expulsado, borrando cualquier asomo de la estructura que correspondería a un club de gran tamaño y con semejante crisis.
Xavi, un mito como futbolista que no ha podido hacer jugar a su equipo como él lo hacía creando gran frustración en el barcelonismo, logró en su segunda temporada ganar la Liga, pero no supo utilizar la fuerza que eso le daba para retener a Mateu Alemany y Jordi Cruyff, ejecutivos competentes que le protegían, ni para evitar que le metieran goles desde arriba, fueran João Félix o Vitor Roque, elementos que nunca consideró prioritarios. Su colegueo con el presidente le evitó conflictos, pero menoscabó su autoridad.
Hay veces que hay que plantarse y entrar en conflicto. Las operaciones de compra y venta de este verano volverán a tratarse antes sobre un mantel de restaurante que sobre la mesa de un despacho de la ciudad deportiva.
Es complicado saber cuál es el estado de ánimo y la opinión de los socios y socias del Barça. El traslado al estadio de Montjuïc no permite tomar imágenes nítidas. En la oposición, entre sigilosa y dubitativa, sí se aprecia un cambio de estrategia. La moción de censura no se contempla porque no hay partidos en casa para convocarla y porque sin socios en el estadio no hay encuestas fiables.
¿Cuál es el cambio entonces? Por primera vez, y visto el panorama, creen que el mandato de Laporta puede caer por sí solo.