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No hay por donde cogerlo

Como el payaso sin público que se quita el maquillaje en un sórdido camerino, la decadencia del FC Barcelona sigue su curso. Los discursos institucionales, vertidos por Xavi Hernández desde el banquillo y por Joan Laporta desde el palco, ya no engañan. De la invocación del cruyffismo a la nadería futbolística. Del triunfalismo de la pancarta a la realidad de Riad, capital del país que el presunto club de los valores contribuye a blanquear, paseándose entre jeques, elogiando su apertura democrática. Mintiendo.

El club blaugrana sigue enfermo y es el Real Madrid quien manda, gobernante único de una final de la Supercopa que acabó en 4-1 como pudo finalizar como la infausta de Lisboa. No avanza la entidad, con deudas económicas y débitos morales y balompédicos cada vez más insostenibles.

Ayer, más allá de la ira habitual pero chaquetera de las redes sociales, se palpó un cambio significativo: los barcelonistas racionales (los hay) se preguntaban si no ha llegado la hora ya de sustituir a Xavi como entrenador. A Ernesto Valverde debe de entrarle la risa. A él lo echaron en la misma competición después de perder con un partidazo ante el Atlético siendo líder en la Liga y habiendo ganado dos (y una Copa). Por ahí empiezan los pecados de este club. Creerse mejor de lo que es agarrado a sus mejores tiempos, como si por llevar la camiseta los rivales cayeran.

El Madrid destroza a un Barça ridículo y levanta la Supercopa

Xavi ha perdido el rumbo, con él, sus jugadores, y Laporta flota rodeado de incondicionales

Ya ha dejado de ser así. Hace demasiado tiempo. El fútbol es presente y futuro, pero nunca pasado. Esto no va de reconstrucción. Va casi de refundación. ¿Cambiar al entrenador? Pero si no hay dinero para inscribir jugadores. ¿Subir a Rafa Márquez del filial? ¿Con qué garantías de éxito? ¿Con qué argumentos? ¿Porque tiene muchos padrinos ahí dentro?

El Barça entró al partido sobrado. Otra vez. No escarmienta. El efecto de aquella bronca esperanzadora de Xavi al acabar el partido prenavideño contra el Almería se ha esfumado. Qué pronto. En enero.

El partido se le hizo larguísimo al Barça y cortito al Madrid, señal de que el primer equipo sufrió y el segundo se lo pasó bien. Cruyff aplicado a la inversa. Fue tal la verbena blanca que hasta Bellingham y Vinícius, autor de tres goles para mayor tortura blaugrana, encadenaron un par de tacones de cara a la galería de los que destilan humillación. ¿Saben qué? El único que se lo recriminó fue Ancelotti, su entrenador.

El colegiado Martínez Munuera muestra la tarjeta roja a Araújo 

EFE

Si la apuesta es el centrocampismo y poseer la pelota, hay que protegerla con celo caníbal. Pero la presión para recuperarla del Barça fue flácida, tuvo la misma tensión de aquel pellejo que empieza a colgar, un cruel síntoma de que el paso del tiempo ya no tiene marcha atrás. Hay un punto de nostalgia mal llevada en la invocación del cruyffismo, un movimiento mitificado con razón pero que, como supieron hacer Guardiola y Luis Enrique, requería de una reinterpretación acorde con la evolución de los tiempos. Al Barça de Xavi no se le detecta revisionismo alguno. Es el suyo un equipo que funciona a impulsos, pero que no da la sensación de solidez, ni táctica ni anímica.

La imagen que devolvía el palco era elocuente. Laporta, rodeado estos días de incondicionales traídos de casa, compartiendo sillones con Florentino Pérez, el gran compañero de viaje en la Superliga. El aliado a la hora de rechazar el acuerdo con CVC que garantizaba la continuidad de Messi. Está feliz Florentino con esta indolora competencia. Uy, sí, la pancarta.

El Barça, club sin dinero, se ha gastado 30 millones de euros (y 31 en variables) en fichar a Vítor Roque. Se le compara con Romário y Ronaldo para vender la moto, pero en el césped no le dejan ni arrancar. Se mire por donde se mire, a este Barça no hay por donde cogerlo.

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