La victoria del Manchester City en Estambul ha tenido réplicas en la Catalunya culé. Mayoritariamente son réplicas que viven el título con una alegría construida por persona –Josep Guardiola– interpuesta. Existe una estima transversal que identifica a Guardiola con un pasado feliz y celebra sus éxitos como si fueran propios. También hay un remanente post y neonuñista que preserva la rabiosa animadversión provocada por los momentos en los que, como jugador y entrenador, Guardiola dejó al Barça. Es una herida bíblica lo suficientemente mezquina para cultivarla como una de esas contradicciones que conforman lo que nos queda –cada vez menos teniendo en cuenta que, de palanca en palanca, vivimos hipotecados– de identidad.
Entre los que celebran con euforia la obra monumental de Guardiola hay una minoría selecta que tengo el honor de conocer: los amigos de Guardiola. Los quiero y certifico que viven las andanzas del City (y, como un tentáculo corporativo, las del Girona) con una lealtad tan insobornable como envidiable. Cuando Guardiola se fue al Bayern, era una lealtad unipersonal. Pero cuando el City acogió a Ferran Soriano, Txiki Begiristain, Manel Estiarte y Joan Patsy, el vínculo se transformó en un hormigón más tribal que sectario. Que la última etapa del City haya coincidido con la inestabilidad decadente del Barça ha facilitado la creación espontánea de un metaverso. Un metaverso en el que conviven la resaca de las presidencias de Rosell y Bartomeu y el guardiolismo entendido como prestación sustitutoria del cruyffismo sin Cruyff.
El sábado vimos un partido tan malo como la final de Wembley de 1992
Esta lealtad implica la circulación de una información de calidad, que retroalimenta códigos de clan y fortalece el orgullo y una dimensión conspiradora más recreativa que factual. El argumento según el cual el City es un frankenstein de emiratos conchabados con chinos y norteamericanos no es ningún obstáculo. El fútbol de La Idea sobre El Estilo es la piedra filosofal de esta opción. La Idea evoluciona desde una verdad totémica, mientras que El Estilo desarrolla una metodología que preserva más el cuerpo que el alma. La Idea contiene El Estilo, pero El Estilo no siempre contiene La Idea. Se entiende que Guardiola representa La Idea y Xavi, El Estilo. Eso no les quita (ni añade) ni un gramo de barcelonismo. De hecho, la cuadratura del círculo radica en que –volvemos al metaverso– se puede manifestar a través del Barça y, al mismo tiempo, del City.
Lo más admirable de los amigos de Guardiola es que interpretan la realidad partiendo de una paradoja genuinamente cruyffista: que todo tenga que ser siempre de una manera no significa que, en un momento dado , se puedan explorar otras alternativas. El sábado, los que no somos seguidores ni del Inter ni del City (simpatizo con el United por fidelidad a las alegrías infantiles y de juventud que me proporcionaron George Best y Eric Cantona, y con el Milan por los años holandeses de Arrigo Sacchi), vimos un partido tan malo como la final de Wembley de 1992. Especulo: ¿puede ser que el City llegara a la final gracias a La Idea y la ganara gracias al Estilo? Al final emergió una alegría tan auténtica que seguirá evolucionando. Y como los amigos de mis amigos son mis amigos, celebro la fraternal y espectacular alegría que sé que están viviendo.