Fosbury, un nombre en lo alto

AtletismoEl talento estadounidense tuvo un papel disruptivo en México’68, cuando revolucionó el salto de altura al incorporar una nueva técnica; años más tarde, el rodillo ventral quedó relegado al ostracismo

(FILES) In this file photograph taken on October 20, 1968, US athlete Dick Fosbury competes in the men's high jump final and wins the gold medal with a brand new style of jumping at the Mexico Olympic Games in Mexico City. - Athletics legend Dick Fosbury, who revolutionised high jumping with his signature

Dick Fosbury se eleva sobre el listón situado en 2,24m durante los Juegos de México’68

AFP

En la maravillosa Universidad de Oregon, Berny Wagner revisaba los vídeos de su pupilo, Dick Fosbury, y le decía:

–No sé, Dick...

Y Fosbury volvía a intentarlo.

Retrocedía unos pasos, tomaba carrerilla, corría en transversal, se impulsaba y en el aire se proyectaba hacia atrás. Con la espalda arqueada, atacaba el listón. Y de espaldas, caía sobre la colchoneta.

Nadie más hacía eso.

Nadie más en el mundo.

–No sé, Dick.

Fosbury era insistente y terco, y probaba y probaba, y a cada intento ganaba centímetros, y estimulado por todos aquellos progresos, Berny Wagner había acabado asintiendo.

(Pues, al fin y al cabo, el atletismo en Oregon es creativo y audaz, y de allí sale el legendario Steve Prefontaine).

El saltador estadounidense, oro en México’68, falleció el domingo, víctima de un linfoma

–Venga, probemos –acabó diciendo Wagner.

Y con aquel estilo disruptivo, el Fosbury Flop, iba a aparecer Dick Fosbury en los Juegos de México’68, los de Bob Beamon y Tommie Smith y John Carlos –¡qué Juegos aquellos!–, para elevarse hasta 2,24m, romper el récord olímpico e instituir universalmente el estilo, adiós al estilo tijera y al rodillo ventral.

Dick Fosbury ha muerto este domingo, víctima de un linfoma.

Tenía 76 años.

(...)

Antes no era así.

Antes de Fosbury se aplicaba el estilo tijera (los menos, ya iba quedando superada aquella técnica) y el rodillo ventral.

El mejor era Valery Brumel. Brumel era soviético. Podía irse hasta 2,28m. Aquel era el récord del mundo de la época.

Fosbury le veía límites a aquella técnica. Consideraba que, con el rodillo ventral, el hombre ya había alcanzado la Luna. También se veía limitado a sí mismo.

México’68 marcó el futuro del atletismo: voló Bob Beamon y John Carlos y Tommie Smith elevaron el puño

Empeñado en resetear su carrera deportiva, Fosbury tomaba notas, probaba cosas. Le bendijo un cambio radical, un cambio en las normas de seguridad.

Aparecieron las primeras colchonetas.

Hasta entonces, los saltadores se elevaban sobre el listón y aterrizaban sobre un montículo de arena. Aterrizar de espaldas se antojaba una temeridad.

La colchoneta mostró la luz a Fosbury, y la terquedad de Fosbury mostró la luz a su entrenador y al resto de saltadores.

México’68 fue rompedor. Aquellos Juegos consagraron el atletismo como deporte olímpico por excelencia.

Kip Keino enseñó a ganar a los mediofondistas kenianos.

Bob Beamon, Tommie Smith y John Carlos siguen recorriendo el mundo, recuperando aquellos pasajes.

Ancianos, alguno ayudándose del andador, el resto apoyándose en el bastón, todos ellos habían tenido la oportunidad de mostrarse ante el mundo en el pasado verano, durante los Mundiales de atletismo en Eugene (Oregon).

Los plumillas andábamos tras ellos, íbamos tomando notas.

“La primera vez que vi ese salto me pareció una extravagancia”, dijo Luis María Garriga, exsaltador

México’68 dejó una buena huella, una huella muy profunda, en el imaginario olímpico.

Cuando Fosbury se elevó por primera vez, 80.000 espectadores quedaron perplejos.

¿Qué hacía ese tipo?

Algo intuían los expertos.

Luis María Garriga, el mejor saltador español de la época (el primer español en superar los dos metros; también compitió en México’68), ya había oído hablar de aquel estadounidense que estaba experimentando con una nueva técnica.

–La primera vez que le vi hacerlo fue en una moviola de la Federación Española de Atletismo. Me pareció una extravagancia –dijo a Efe en el 2018.

–El suyo fue un cambio tremendo. No solo provocó que se saltara de otra manera, sino que se necesitara de otro tipo de saltador, física y morfológicamente hablando. Los saltadores siempre han sido altos, pero a partir de ahí se pasó de necesitar fuerza explosiva a requerirse también fuerza reactiva. Y también cambió la tipología del atleta ideal –dijo Ramón Torralbo, exentrenador de Ruth Beitia, a Juan Bautista Martínez en La Vanguardia, en el 2018.

(Se cumplía medio siglo desde la fabulosa disrupción).

A diferencia de los expertos, que algo intuían, los profanos no habían visto nada igual.

Pese a su invención, Fosbury nunca batió el récord del mundo; lo hizo Dwight Stones, un lustro después

Con Brumel ausente en México’68 (tres años antes, el soviético había estado a punto de perder el pie derecho tras un accidente de moto; le habían salvado 29 cirugías; nunca volvería a saltar), Fosbury dio rienda suelta a su creatividad. Proyectándose de espaldas, superó el 2,14m, el 2,18, el 2,20m y el 2,22m, y al elevarse hasta 2,24m, a la tercera, tumbó a Caruthers y Gavrilov y también tumbó el récord olímpico.

Y a cada salto, el público le ovacionaba, tan confundido como ilusionado.

No sería Fosbury el primero en batir el récord mundial con el Fosbury Flop, sino Dwight Stones, cinco años más tarde (2,30m), el inicio de una era que nos ha llevado hasta Javier Sotomayor, el más alto de todos los tiempos, con sus 2,45m de 1993.

(Tal vez le supere su hijo: con solo 15 años, Jaxier Sotomayor ya ha saltado 1,99m; es el campeón de España sub-18 bajo techo).

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