Atardece a orillas del río Congo y Sabin Mutalame no tiene prisa. Agarra el bastón de mando con sus manos ancianas, de cuero y ébano, y acaricia con la palma las figuras talladas en la madera. El bastón, de un siglo de antigüedad, le acredita como el jefe tradicional de Bukama, en la República Democrática del Congo. Sabin sigue en silencio: busca palabras exactas. Cuando narra la historia de su pueblo, llena de leyendas e hitos mágicos, no arranca hasta estar seguro de no olvidar ningún detalle. Cuando arranca, no se detiene. Su sabiduría es cosa de la edad, dice, aunque también bebe de unos ojos despiertos y de ese pacto fiel con la paciencia.
Su tatarabuelo, explica Sabin, fue quien recibió a los primeros blancos en la aldea, aunque de eso hace mucho y todos los europeos se marcharon. Apenas quedan los esqueletos de su ausencia: barcos oxidados acostados en la orilla, vagones de tren que languidecen en una vía muerta o piezas gigantes de maquinaria olvidadas entre los puestos del mercado.
El destino es la forma que tienen los espíritus pasados de jugar con los humanos
–Ahora solo hay chinos –dice Sabin–, pero también se irán. Nadie puede vencer a la historia.
El anciano jefe sabe la razón de tanta huida: los blancos no respetaron a los ancestros, despreciaron las ceremonias y los espíritus los hicieron marchar. Los chinos tampoco respetan, dice Sabin, así que tarde o temprano ocurrirá igual.
La historia quizás no se repite siempre, pero a menudo rima. Desde hace meses, el Barça surca versos ya escritos. Antes de convertirse en presidente por primera vez, Laporta desconfió de Guardiola, que fue a las urnas como soldado de Bassat, y no fue hasta un tiempo después que Jan le brindó a Pep las llaves del banquillo culé. En su segunda victoria, Laporta también miró de soslayo a Xavi, de la mano de Font, para meses después entregarle el vestuario. O se repiten las medio verdades, antes el fichaje prometido de Beckham ahora la renovación inexistente de Messi. O los infortunios, como las lesiones tempranas del crack del futuro, entonces aquel adolescente Leo de cristal, que hacían temer una carrera corta y guadianesca; ahora de Ansu Fati, el niño prodigio que desayuna goles y cena entre algodón. Hasta se parece la herencia, con un primer equipo herido y viciado, que entonces necesitaba reconstruir su amor propio y ahora se presenta a la lucha con la mandíbula de cristal, rota ante la primera duda. De aquella urgencia nació el mejor equipo de la historia, con Cruyff como destino y una generación de canteranos que deslumbró al mundo. Xavi llega ahora a un club arruinado, con la necesidad de mirar a la Masia, el cruyffismo en las venas y con el regalo que dan las tormentas : tendrá tiempo.
La historia se repite, decía el anciano jefe Sabin, porque el destino es la forma que tienen los espíritus pasados de jugar con los humanos. Ojalá a los ancestros del Barça les gusten las mismas rimas.