Resiliencia
la prórroga
A Luis Enrique le apasiona el ciclismo y eso ya debería valer para quererle un poco, o al menos para no odiarle demasiado. Los ciclistas, los profesionales y gran parte de los amateurs, son de quejarse poco. La bicicleta concentra los esfuerzos y airea el espíritu, así que todo cuanto sucede cuando se aparca, una vez ya de vuelta al mundo real, es susceptible de ser relativizado, desarrollándose además con la práctica una capacidad asombrosa para atenuar el umbral del dolor. ¿Ejemplos? Muchos. El último lo protagonizó el sábado Marc Soler en la primera etapa del Tour. Se vio implicado en una caída masiva pero recogió del suelo su bici y se propuso llegar hasta la meta, con la particularidad de que le separaban de allí 46 kilómetros y los recorrió con los dos brazos rotos.
No hace falta incidir en la resiliencia a la que la vida ha obligado a entregarse a Luis Enrique. Hablamos ahora de otro tipo de dolor, este mucho menos subsanable, inimaginable en realidad. Cada vez que las críticas arrecian contra el seleccionador, en especial las más feroces que provienen antes de la inquina más cruda que de cualquier sentido lógico de la proporcionalidad, uno reflexiona sobre qué tipo de alma habita en esos pies, piernas, tronco y cabezas, aparentemente iguales a los de los demás pero más bien (re)torcidos éticamente. Pienso en el absurdo acoso a Laporte, ayer extraordinario, un deportista libre de elegir donde quiere jugar si le dejan; pienso también, aunque no tenga nada que ver con el partido que nos ocupa, en Antonio Burgos, perteneciente a esa misma España rancia, articulista que ha escrito, creyéndose con gracia, sobre lo bien que habían vivido “las feas” durante la pandemia gracias a la mascarilla, siendo él un colosal feo carente de espejos en su domicilio por lo que se ve. Hay gente sencillamente nociva.
Marc Soler recorrió 46 km sobre su bici con los dos brazos rotos; a Luis Enrique le encanta el ciclismo
Ayer ganó España a Croacia. La selección de Luis Enrique, joven, fresca y todavía sin hechuras para aportar trofeos, raramente se llevará esta Eurocopa, pero de momento ha sometido momentáneamente las voces que proceden de ese odio irracional, más pendientes de ganar batallas personales que de disfrutar o sufrir el fútbol naturalmente. El partido de ayer lo contuvo todo en ese sentido. Entraron todas las emociones, fue un carrusel para los sentidos. Una demostración de resistencia futbolística y psicológica. Poder ganar y poder perder en cuestión de minutos. Prórroga y 5-3 final. Un espectáculo. Una salvajada.
Servidor también piensa que Gerard Moreno es mejor que Morata, pero presupone que el seleccionador, que ha jugado años en la élite y los ve a los dos cada día, minuto y hora, observa en el delantero del Juventus prestaciones menos visibles para los demás. El golazo del delantero encaja en la típica lección que deja de vez en cuando el fútbol.
Volviendo a la resiliencia, uno se imagina a Luis Enrique en el descanso relativizando el error de Unai Simón, acaso echando mano del psicólogo Joaquín Valdés para una recuperación anímica de emergencia, quizás recordando que eso de pifiarla estrepitosamente en nuestro trabajo nos pasa a todos, también por cierto a los más feroces críticos de lo ajeno, aunque se crean perfectos. Guapos, cuando son feos.
España superó ese fatídico
momento de su portero, que se rehizo de forma fantástica, y
también a Croacia, que no es la que fue subcampeona del mundo pero tiene a Modric, un centrocampista mayúsculo, y un gen competitivo digno de estudio. Cómo explicar sino que un
país con 4 millones raspados de habitantes posea en deportes colectivos tamaño palmarés. Baloncesto, waterpolo, balonmano... Otros resilientes de manual. El deporte, como la vida, va de eso en realidad.