Florentino Pérez se dio a conocer en el mundo del fútbol en el verano del 2000 cuando alcanzó la deseada presidencia del Real Madrid, cuatro años después de un primer asalto frustrado contra Lorenzo Sanz, que, en una maniobra bajo sospecha, le superó en el voto por correo. La gran baza que utilizó el reputado constructor para ganarse a los socios blancos, ante la candidatura continuista de Lorenzo Sanz, que había conquistado dos Champions en 1998 y 2000, estuvo en robar al Barça a Luis Figo. Para ello aprovechó la excesiva ambición del futbolista portugués y de su representante, José Veiga, que acostumbraban a tener una rúbrica fácil que les hacía incurrir con frecuencia en firmar contratos con dos clubs a la vez.
Sabedor de dicha debilidad y, con la complicidad del exjugador del Atlético
Paolo Futre ejerciendo de intermediario, el 7 del Barça, ídolo de los barcelonistas en aquel momento, se comprometió con el candidato a la presidencia del Madrid, dispuesto a ingresar quinientos millones de las antiguas pesetas, pero con la misma cantidad de indemnización si alguna de las dos partes incumplía el compromiso. Convencido que después de ganar dos Copas de Europa Sanz no perdería aquellas elecciones que él mismo había convocado, el portugués se arrojó a los brazos de Florentino. Pero a los pocos días, en pleno banquete de la boda de Malula Sanz con el defensa blanco Michel Salgado, José Ramón de la Morena, desde el mismo convite, lanzaba la primicia del fichaje por el Madrid del capitán del Barça si Florentino ganaba las elecciones, mientras el padre de la novia intentaba desmentir la exclusiva emitida por la cadena Ser.
Cuando, en una clara estrategia de doble juego, Luis Figo intentó desdecirse de su compromiso, Florentino Pérez estuvo rápido de reflejos y fue cuando hizo aquella promesa de que “si gano las elecciones y Figo no es jugador del Madrid, pagaré a los socios dos anualidades del carnet”. Con aquella jugada maestra y el futbolista arrodillado pidiendo quedarse en el Barça, el señor Pérez cumplió su sueño de ocupar
el mismo sillón que Santiago Bernabeu.
Transcurridas dos décadas de aquella maniobra hábil, Florentino Pérez parece haber esgrimido las mismas armas para convencer a los presidentes de los doce clubs más importantes del fútbol mundial para que se sumasen a su ambicioso proyecto de constitución de la Superliga que vendría a sustituir a la caduca Champions League, a cambio de una altísima indemnización de trescientos millones de euros para el que no cumpla el compromiso firmado. Pero con una diferencia, que para estos jeques y emires del petróleo o algunos magnates rusos, de pasado bajo sospecha, trescientos kilos vienen a ser como la propina.