Que no nos salven el fútbol

Que no nos salven el fútbol

La Superliga venía a salvar el fútbol y el fútbol le ha dicho que de quien quiere realmente salvarse es de ese engendro y de su selecto club de promotores. Nada lo explica mejor que la reacción de los aficionados, especialmente de los ingleses, donde el fútbol late en sus gradas y pubs más que en los enmoquetados despachos.

El Liverpool sigue siendo más propiedad del hijo de un estibador portuario que de John W. Henri, el multimillonario dueño de sus acciones.

El fútbol no necesita aumentar su grasa corporal (el dinero) sino más bien lo contrario, adelgazar

De toda esta revuelta popular lo que más llama la atención es que precisamente hayan sido los aficionados supuestamente más favorecidos por este exclusivo coto privado los que hayan venido a decir, al modo grouchiano, que nunca se harían socios de ese club que los quiere admitir como socios. No quieren que los salven , que les dejen entrar en Europa todos los años sin sentir el vértigo de ganárselo en cada partido de la Premier e ir luego a los alrededores de Anfield o Old Trafford para celebrarlo con unas pintas. Que sus rivales domésticos menos lustrosos no puedan disponer también de ese ticket de entrada a la gloria. Por eso los ingleses idearon los Open, los campeonatos abiertos, en oposición a los campeonatos cerrados, como la Superliga. Es la pasión del vértigo lo que te mantiene con vida: el escalofrío de la victoria y la derrota, de los éxitos y los fracasos, de los ascensos y los descensos.

Los aficionados ingleses no dudaron en salir a protestar por la idea de crear una Superliga

Los aficionados ingleses no dudaron en salir a protestar por la idea de crear una Superliga

DPA

Que los promotores de esta iniciativa desconozcan la esencia que ha hecho popular y universal al fútbol demuestra lo desconectados que están de la realidad.

La idea de Europa renació entre los cascotes de la segunda guerra mundial gracias en gran medida al futbol, antes incluso de que se alumbrase el Mercado Común. La Copa de Europa fue capaz de sentar en la misma mesa a democracias liberales y populares, regímenes burgueses y proletarios, sociedades libres y dictaduras. El fútbol perforó el telón de acero para unir Dinamos y Reales, Torpedos y Atléticos, Partisanos y Estrellas Rojas. Algunos han tratado ahora de levantar un nuevo telón más hermético si cabe que el acero, el de la exclusiva aristocracia, como un salón de baile vienés con derecho de admisión.

Sin el estímulo de ganarse en las ligas domésticas cada año su participación en Europa, puede que los propios aficionados acabasen cayendo en la ociosidad del fin de semana, en el hartazgo por la repetición de intrascendentes partidos del siglo cada miércoles. Puede que incluso les pasase como a los aprendices de pastelero. En Pontevedra eran sometidos por sus jefes a una ingesta masiva de dulces hasta que los aborreciesen de tal modo que evitasen la tentación de estar picoteando todo el día en las bandejas del mostrador. ¿Se imaginan ocho clásicos Madrid-Barça al año? Solo de pensarlo ya me siento aprendiz de pastelero.

El fútbol no necesita aumentar su grasa corporal (el dinero) sino más bien lo contrario, adelgazar. En los últimos 20 años los grandes clubs han multiplicado por siete sus ingresos y en la misma proporción han aumentado sus deudas, al tiempo que se encarecía el precio de las estrellas y las comisiones de sus representantes. Una revolución inflacionista similar al descubrimiento de la plata y el oro americano que acabó arruinando muchos negocios castellanos en el siglo XVII. Nada impide pensar que vaya a suceder aquí lo mismo.

Si todo eso pasa con los aficionados salvados y ricos, imagínense qué pasará con la inmensa mayoría que quedará fuera de ese salón vienés, con los chavales del Ajax que aún oyen a sus abuelos hablar de Cruyff, con los lisboetas del Benfica que crecieron con un póster de Eusebio en el cabecero de sus camas, con los del Oporto de Futre, el Valencia de Cúper, el Depor de Fran o el Celta de Mostovoi. Que les expliquen a ellos que esta Superliga era para salvar el fútbol.

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