Canta con peculiar voz ronca el incombustible Andrés Calamaro que “La noche es atrevida y pretenciosa. La noche tiene tanto para dar”. Y parece que, por fin, la música del argentino ha llegado a oídos de las mentes pensantes que ponen los horarios de los partidos: el clásico se jugará de noche. A las nueve, para ser exactos. Nada de Madrid-Barça o Barça-Madrid al mediodía o por la tarde. Los grandes acontecimientos, los grandes espectáculos, pasan de noche con luz de foco, con máxima expectación, sin compartir protagonismo ni con aperitivos, ni con paellas, ni con cafés. Por eso, mañana, cuando ya sea oscuro, a una hora para el toque de queda y con todo el mundo dentro de los límites de su comarca, los focos iluminarán a los 22 futbolistas y el árbitro Mateu Lahoz –sí, sí, Mateu Lahoz una vez más– pitará el inicio del último clásico de la temporada.
En la primera vuelta, en el Camp Nou, no era de noche. Hace seis meses, el clásico, descafeinado como el café de aquella hora de la tarde, lo perdió un Barça en plena construcción en manos de Koeman. Sin personalidad. Duodécimo en una clasificación, eso sí, prematura. Con la mitad de puntos que un Madrid entonces líder provisional de la jornada. Con Messi más fuera que dentro. Con Ansu Fati marcando goles. Con defensa de cuatro.
Y si hay que bailar un tango, allí estará Messi, que no tendría que permitirse que su último clásico se juegue en Valdebebas
Pero mañana, sí. Medio año después, mañana será de noche. Y, al ritmo de La noche de Calamaro, Koeman volverá a dirigir al Barça en un clásico consciente de que aquello que era un proyecto en construcción ya ha dado fruto. Un Barça con personalidad. Un Barça con música. “La noche es el día a la sombra. Te busca y te nombra como un tango fatal. Y hay que bailarlo” . Y diría que en el vestuario del Barça tienen unas ganas locas de bailar mañana. De noche. Sin complejos. Con la seguridad que les da el aprendizaje de los últimos meses de remontadas, de épica y de creer hasta el final. Y si se tiene que bailar un tango, allí estará Messi, que no tendría que permitirse que su último clásico fuera en Valdebebas. Merece una noche de gloria en el Bernabeu, donde ha tocado el cielo con la punta de las botas. Ahora, es un Messi más dentro que fuera. Capitaneando un Barça segundo, a un punto del líder. Sin los goles de Ansu Fati y con defensa de tres centrales.
Canta Calamaro “me alegro de haberme encontrado contigo otra vez. Mí amigo preferido y peligroso. Poderoso enemigo que se llama igual a mí”. Y es, seguro, el mejor momento del Barça para encontrar a su enemigo íntimo, su alter ego, que, sea de noche o de día, no cambia. El Madrid es el Madrid. Un equipo aburrido, que roza la mediocridad, que a veces alaba a Zidane y a veces lo odia y que tiene, eso sí, un recurso preciadísimo y envidiable. Una versión de gala, marcada por el orgullo y el señorío , que saca a pasear con cuentagotas pero que, casualmente o no, pocas veces falla cuando tiene que dar la talla en una gran noche.