El escupitajo en el fútbol –y el hockey sobre patines o los pabellones de baloncesto– tiene los días contados. Con la Covid-19, ya tardan los reglamentos en otorgarle una mención específica en la lista de infracciones y sancionar el escupitajo como una de las más graves faltas al contrario, cuando no hace tanto era “desconsideración”, algo así como no darle los buenos días a la vecina del tercero.
El tema no es eduardiano ni bostoniano. No forma parte de la belleza del fútbol aunque quizás figurase en lo que Albert Camus entendía por sus “valores” pedagógicos. Hablando claro: el escupitajo fue un arma muy utilizada en grandes batallas del fútbol del siglo XX –categoría regional incluida– y si uno lo recuerda no es por añoranza sino para decir:
No hace tanto escupir al rival era “desconsideración”, algo así como olvidarse de dar los buenos días al vecino
¡Lo que hemos progresado!
Cuando la sociedad debate sobre el control tecnológico y la privacidad, a días resucitamos a Orwell para mostrar reservas y a días hablamos de la eficacia de las cámaras para, por ejemplo, detener a un monstruo que iba matando mendigos por la noche en Barcelona mientras de día algunos se quejan de lo duro del confinamiento.
Las cámaras han acabado con la gramática parda del fútbol, una enciclopedia por escribir: alfileres escondidos, agresiones lejos del balón, insultos bien elegidos –¡pobre del futbolista que tuviese una mujer vistosa!– y el escupitajo a la cara del rival, gesto infame al que a veces se sumaban los espectadores en los campos modestos. Siempre quedaba la duda de si era más humanista un escupitajo que un paraguazo en la banda o unos tacos en la tibia...
La tecnología ha desterrado estas conductas –y pronto los piscinazos– y uno duda de si es porque la sociedad progresa o porque, sencillamente, ha desaparecido la impunidad. Aún así, no hace tanto del dedo en el ojo por la espalda de Mourinho a Tito Vilanova.. ¡Y eso con todas las cámaras de televisión del mundo delante! Imaginen antes...
De vez en cuando conviene acordarse del lado oscuro del deporte del siglo XX para no incurrir en su idealización. Y más en estos días en los que uno se contenta con ver una gran –y esperpéntica– final de Copa del Rey –aquel Betis-Athletic de Bilbao del 1977 que devoró al mítico portero Iríbar– mientras trata de creer que ignora el resultado.
Hoy, el fútbol ha dejado de ser una guerra y los símiles bélicos van de capa caída pero no hace tanto el escupitajo formaba parte de los recursos canallescos, macarras y primitivos que la sociedad concedía a los débiles para ganar a los fuertes. Con la Covid-19, el escupitajo tiene los días contados.