Hay un modo pintoresco de ver los partidos del Barça en el Camp Nou: despotricando. En función del resultado, el despotrique busca la conclusión que más nos conviene. Como si fuera un contra- satisfayer pensado para estimular nuestro masoquismo, llega a diagnósticos drásticos (si se pierde), fatalistas (si se empata) o perdonavidas (si se gana jugando pse-psé). También hay culés insobornables que anteponen la militancia a la idiosincrasia tiquismiquis que tanto anima parte de la tribu. Pero no gozan de tanta visibilidad como los críticos compulsivos, que invierten más energía en detectar lo que no funciona (la facilidad con la que los rivales nos siguen llegando con peligro) y comentar ineptitudes demostradas o especulativas que en aplaudir posibles mejoras del equipo.
La relación de este sector con el discurso de Quique Setién es de perplejidad preventiva. Pueden comentar el trabajo en el control de la salida del balón pero frunciendo el ceño, especulando sobre la densidad molecular del tupé de Eder Sarabia, la obsolescencia programada de Éric Abidal o la indolencia de Arthur. Todavía no saben qué etiqueta ponerle a Setién. No han decidido si lo ven como un sabio genuino del fútbol de ataque o uno de esos entusiastas comerciales maduros, simpáticos y locuaces, que salen en la teletienda elogiando las virtudes de una plancha a vapor, un robot de cocina o unos cuchillos japoneses. Pero no acaban de ser categóricos, quizá porque no quieren que, en caso de que Setién triunfe, no puedan sumarse a la rúa del entusiasmo al grito de “yo ya lo dije”.
El Camp Nou expresa su voluntad de llevarse bien con Setién pero desde la prudencia preventiva
En esta fase de transición, actúan con el freno de mano emocional puesto. No se atreven a disfrutar plenamente de la velocidad primaria del balón que vimos ayer y les da pánico salir del armario y cometer la herejía de afirmar que les encanta el talento temerario y el atrevimiento imprevisible de Semedo.
Y, como siempre, se refugian en el dogma de la obsesión por el dibujo. Que si 4-3-3, que si 3-4-2-1, que si 3-5-2. Ayer, además, el azar numerológico añadió misterio a la cosa con la perfección por la fecha del partido: 02022020, el capicúa que, durante casi todo el partido, añadió el resultado, 2-0, y los dos goles de Fati. Unos goles que si hacías una regresión mental de urgencia, recordaban algunas de las gestas de Stoichkov en el equilibrio entre determinación, anticipación y velocidad.
Igual que los divorciados escarmentados, reticentes a equivocarse, parece que el público del Camp Nou actúa con Setién con un preventivo “Nos estamos conociendo”. Existe la voluntad de que la relación fructifique pero tampoco se quiere caer en la precipitación apasionada, que tantas veces presagia decepciones y amarguras. Hemos complicado el fútbol y este “estar conociéndonos” incluye la recuperación de placeres primarios. Fati ayuda a subrayar este deseo de alegría, tutelado por un Messi impreciso pero exuberante a la hora de ofrecerse como canalizador del juego de ataque y de la perseverancia. Y, como disonancia recurrente, De Jong y Griezmann sacrificados en esta fase de transición. Ayer, con todas las imperfecciones que podamos catalogar con erudición,oímos el tipo de aplausos que le gustan al Camp Nou y vimos sonrisas que eran la consecuencia de destensar el rictus de recelo y de exigencia tiquismiquis.