Por si no estuviera suficientemente acreditada su condición mítica, la temprana muerte de Kobe Bryant resaltará su nombre en el panteón de los grandes deportistas de la historia. Ha fallecido joven, en un accidente aéreo. Muertes así impregnan profundamente el relato épico que el deporte transmite de generación en generación.
Kobe siempre quiso ser como Jordan. Jugaban en la misma posición, la estatura era idéntica y a los dos les movía un incandescente motor competitivo. Nunca fue Jordan, pero probablemente ha sido el jugador que más se le ha acercado. Su impacto en la NBA se puede medir en varios apartados.
En la pista siempre jugó como si le debieran dinero
Educado en Italia –su padre fue una estrella en el pallacanestro– y en un colegio privado de Filadelfia, Kobe había nacido con una cuchara de plata en la boca. En la pista siempre jugó como si le debieran dinero. Le consumía un fuego competitivo que le llevó a disputar 20 temporadas, todas en los Lakers, ganar cinco títulos, conquistar dos ediciones olímpicas y participar perennemente en el All Star.
Cada partido era un desafío en su obsesión por alcanzar las metas de los más grandes. Lo consiguió. Anotó 33.603 puntos, con un promedio de 25 por partido, cifras que le colocaron en el tercer puesto en la lista histórica de cañoneros de la NBA. Para la historia quedará como un excepcional anotador. Se cumplen esta semana 14 años de sus inolvidables 81 puntos frente a los Raptors en Toronto, hito sólo superado por los 100 que anotó Wilt Chamberlain en 1962.
No era fácil jugar con Kobe. Ni a Kobe le resultó sencillo imponerse como primer referente de los Lakers. Necesitó del fichaje de Shaquille 0’Neal para ganar sus tres primeros anillos. La relación fue tensa en el mejor de los casos. La gente veía a los Lakers como el equipo de Shaquille. Terminaron mal y el pívot abandonó Los Ángeles. También abandonó Phil Jackson, el hombre que había dirigido a Jordan en los Bulls y a Kobe en los Lakers. “No hay manera de dirigirle”, comentó Jackson después.
Nunca le abandonó su pulsión competitiva, con efectos perniciosos en ocasiones. Quería el balón a toda costa y muchas veces convirtió a sus compañeros en frustrados espectadores. Sin embargo, su show no proporcionaba títulos. La llegada de Pau Gasol en la cumbre de su carrera arregló el problema. Aunque Kobe era el capitoste, Gasol resultó decisivo en los dos títulos finales de los Lakers. Era el perfecto segundo. La decadencia del equipo coincidió con el crepúsculo de un jugador que se negó ferozmente a la decadencia, sostenido por un cuidado obsesivo de su físico. Se retiró con 38 años, con una magnitud planetaria que se acentuará después de su trágica muerte.