En otra época, Marc Gasol (34) y Rafael Nadal (33) ya formarían parte del pasado. ¿Un deportista treintañero? ¿Dónde vamos a parar? Al alcanzar la treintena, se decía, el deportista iba preparando el plan de jubilación.
Ya estaba listo.
Pero este es el siglo XXI. Y los extraños casos de longevidad son hoy un hecho cotidiano. Lo vivimos en todos los escenarios, en todas las disciplinas. Marc Gasol y Rafael Nadal son dos ejemplos.
Vamos a explicarlo.
Gasol: un traspaso clave
Fiel a unos principios muy firmes, Marc Gasol se había convertido en una personalidad en los Memphis Grizzlies y en la propia ciudad. Se había transformado en uno de los suyos, un valor seguro, un miembro activo de su comunidad. Allá había vivido de adolescente cuando su hermano Pau recaló en la franquicia. Allá habían confiado en él cuando cruzó el charco como profesional. Y allá se hizo un nombre en la mejor liga del mundo. Pero llegó un momento en que si el pívot catalán quería dar un salto adelante en busca de aspiraciones más elevadas en la NBA tenía que encontrar nuevos horizontes. La oportunidad le vino que ni pintada en febrero cuando fue traspasado a los Toronto Raptors. Gasol demostró allí su inteligencia emocional, su juego de conjunto y su valía táctica en una franquicia que sorprendió a unos diezmados Golden State en las finales.
El equipo canadiense se hacía con su primer anillo y los Gasol se convertían en los primeros hermanos en poder presumir de ser campeones de la NBA. Como si fuera un ejemplo de toda su carrera, Marc había recorrido el mismo camino que Pau de una forma más paulatina pero había acabado por llegar también a la deseada meta.
El 2019 ha sido maratoniano para el jugador de Sant Boi pero tras triunfar en Estados Unidos el destino le tenía reservada otra alegría inmensa en el Mundial de China. Con bajas notables como la de su hermano, Gasol se erigió en uno de los banderines de enganche de la selección española que, contra todo pronóstico, se hizo con su segundo oro mundialista. El partido sublime del pívot en semifinales frente a Australia permanecerá en el recuerdo, aunque el mejor del torneo fuera Ricky Rubio. Sólo Lamar Odom y él pueden decir que han ganado el anillo y el Mundial el mismo año.
Marc Gasol no necesita acumular estadísticas positivas para resultar un jugador determinante. Entiende el baloncesto como un juego colectivo y es capaz de ayudar en muchas facetas a sus compañeros. En una liga donde se abusa del individualismo y del triple, a los Raptors les va perfecto tener a un jugador que sabe leer el baloncesto tan bien como él.
Cuando ha tenido que actuar como actor secundario se ha adaptado a las circunstancias y cuando el paso del tiempo y su progresión le han exigido un papel preponderante ha asumido la responsabilidad. Es un ejemplo de superación.
Nadal: cambiar y seguir
Hace tres años, Toni Nadal se confesaba ante La Vanguardia. Decía: “Roger Federer está un paso por encima de todos. Y le diré el porqué: en su momento, cuando tenía 32 o 33 años y sentía que su carrera se estaba acabando, Federer fue capaz de pararse, modificar algunas cosas en su juego, retroceder mientras tanto en el ranking y regresar aún con más fuerza. Y mírelo, ahí sigue...”.
Toni Nadal tenía razón. La diferencia entre un buen deportista y un genio estriba en la capacidad de metamorfosearse. Y en la voluntad de sacrificar un tiempo para llegar aún más allá.
Eso mismo ha hecho Rafael Nadal (33), su sobrino y, hasta hace tres años, justo tres años, su pupilo.
Podemos decirlo: Rafael Nadal ha entrado en la categoría de genio del deporte.
El año que ahora acaba ha sido el mejor en su carrera.
Nadal ha recogido dos títulos del Grand Slam. Y ha sido finalista en Melbourne y semifinalista en Wimbledon.
Ha ganado la Copa Davis.
Ha acabado como líder ATP.
Ha ingresado 14,6 millones de euros en premios, más que nunca.
Y, lo que nos lleva a la tesis de esta pieza, ha hecho todo esto reconstruyendo su juego.
Metamorfoseándose.
Ahí va un genio.
En septiembre del 2018, Nadal se retiraba del US Open. Estaba disputando las semifinales ante Del Potro. Había perdido los dos primeros sets y ya no aguantaba los dolores: se recogió en Manacor e invirtió cuatro meses en reconstruirse.
Debía reformar el servicio. Un buen servicio garantiza puntos gratis. Cuando hay puntos gratis, hay menos desgaste.
Federer había asumido aquello. Lo había hecho tres años antes. Ahora, le tocaba a Nadal.
¿Qué hizo?
Rebajó el brinco al servir y cambió la flexión de la rodilla para preservarla. Relajó la muñeca y llevó la mano más rato por abajo, en vez de levantarla lateralmente. Y entró la pierna derecha en la pista al caer: así se anticipa al resto del rival. Si debía volear, llegaba antes a la red.
En aquella misma charla, Toni Nadal contaba a este diario: “Si algo le falla a mi sobrino, es el saque”.
Hoy, su servicio ya no es ningún regalo para el rival.
Y no hay cómo pillar a Nadal.