Valverde, por dentro
Su lado más personal
Interioridades de una entrevista distinta
El tiempo pasa para todo el mundo menos para Jose. A Jose le asaltaron las canas mucho antes que a los demás pero sus facciones siguen siendo juveniles, salvaguardadas por una bondad natural que actúa como efecto anti arrugas. Jose está como siempre y sigue ahí, detrás del mostrador, igual que hace 30 años.
Quién le iba a decir a él que Ernesto Valverde, aquel jugador bajito que quería pasar desapercibido, sería hoy el entrenador del Barça. “Hola Jose”, dicen todos con educación al entrar. También Valverde. Hace unos años la misma escena se repetía en las entrañas del Camp Nou. Ahora estamos en la ciudad deportiva de Sant Joan Despí. ¡Cómo ha cambiado todo! De las puertas abiertas al búnker actual, de las cosas dichas a la cara entre periodista y jugador, las buenas y las malas, a la distancia y la desconfianza. Al muro de hormigón. Pero eso da para otro artículo.
Llega un momento en el que la entrevista deja de serlo para adquirir categoría de conversación entre iguales
Pepe Costa, otra pieza irremplazable de méritos invisibles (Messi lleva años confiando en él, así que un respeto), nos saluda. También lo hacen el incombustible doctor Ricard Pruna, el fisioterapeuta Juanjo Brau y miembros del departamento de comunicación: Lázaro, Guarte, Nogueras... Este último nos acompaña hasta el despacho de Valverde. Primero subimos dos pisos en ascensor y después nos topamos con una puerta de un grosor y un material tan pesados que la hacen homologable a las que se usan en las cámaras acorazadas de los bancos. Interviene Nogueras para activar digitalmente un número secreto y el portón se abre. La escena es peliculera pero la realidad no da para tanto. Al otro lado están los despachos de los técnicos del primer equipo, aderezados por un mobiliario estrictamente funcional, que roza el aburrimiento. El de Valverde tiene vistas al campo Tito Vilanova, donde suele entrenarse el primer equipo. Valverde acaba de dirigir una sesión matinal y nos recibe, muy cordial, todavía en chándal.
La idea de la entrevista fue de Pedro Madueño, fotógrafo de prestigio, adjunto al director de La Vanguardia. A sus manos llegó Medio Tiempo, el libro de fotografías en riguroso blanco y negro que Valverde publicó en el 2012. Madueño, innovador por naturaleza, pidió lo que nadie pide, una entrevista con el entrenador del Barcelona para hablar de fotografía, de esas 66 instantáneas del libro. Y también de la vida del fotógrafo. Y de la vida, a secas. La propuesta fue aceptada. Rápido.
Quien firma este artículo ejerce de acompañante y toma apuntes. Madueño se sienta en un sofá, Valverde, en una silla grande, ¿o es un sillón pequeño? De entrada parece más bien lo segundo: Valverde da la sensación de sentirse incómodo al principio, descolocado por unas preguntas que nada tienen que ver con las que suele responder en las salas de prensa. Mueve las piernas, las cruza, las abre, agita los brazos, va cambiando de postura intentado encontrar una que le ayude a fluir... Hasta que al cabo de unos minutos se produce el encantamiento. Los fotógrafos son seres extraños, ellos lo saben y quienes les sufrimos (y les queremos, moderadamente), también. Llega un momento en el que la entrevista deja de serlo para adquirir categoría de conversación entre iguales. Dos fotógrafos hablando de lo suyo. “¿No te pesa la cámara?”, pregunta Madueño, para entonces Pedro. “Claro, claro”, responde Valverde, a esas alturas ya Ernesto. Y el oyente, es decir servidor, que no es fotógrafo y sí periodista deportivo, traslada ese susurro grave propio de confesionario a la angustia que debe suponer soportar la responsabilidad de conducir un equipo como el Barça, a esas toneladas de presión. Y, más tarde, cuando observa ensimismado los retratos de Valverde, ya cambiado de ropa, obra de Madueño seleccionados para estas páginas, es golpeado por una soledad gigantesca y desoladora, la que le transmite esa manera de enfrentarse y mirar a la cámara, y la enlaza con esas otras miradas solidarias de todos los que trabajan con él, cuando les preguntas por la figura del entrenador. Los Pruna, Costa, Nogueras, Lázaro y compañía, tipos con muchos años acumulados ahí dentro, que han presenciado anteriores desfiles de buena gente triturada por la inclemencia del cargo.
Suerte que el desvarío existencial del intruso entre fotógrafos, ese que escribe, se va a freír espárragos facturado por el entusiasmo con el que Valverde acaba la entrevista. Se levanta de la silla (exsillón), se dirige a su ordenador y le muestra a su colega con una ilusión casi infantil sus últimas fotografías. Quién sabe si serán parte de un nuevo libro. Quién sabe si cuando se publiquen seguirá siendo entrenador del Barça. Una cosa pueden dar por segura: la cámara se la llevará con él.
Hasta la próxima, Jose.