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‘Game over’

La noticia del día, engullida entre montañas de información, estuvo ayer en Lausana. El Comité Olímpico Internacional decidió en una reunión no contemplar de momento la conside-
ración de los denominados
eSports (los videojuegos de toda la vida) como deporte convencional, esquivando su inclusión en próximos Juegos Olímpicos. La decisión nos da la razón, momentánea, a quienes pensamos que no es lo mismo jugar a fútbol (o a otros deportes) que apretar unos botones con la pretensión de hacerlo, como no es lo mismo oler la hierba, pisarla y entrar en contacto con el balón que encerrarse en una habitación con probables altos índices de olor a tigre. Tampoco el rugir natural de la grada tiene su equivalencia en el grito enlatado que nos devuelve el monitor de televisión, amasijo de fibras, cables y sensores que nunca se podrá comparar con el sudor de las pieles y los esfuerzos de nosotros, los humanos. El deporte, el fútbol entre ellos, es lo que se vivió ayer en Cornellà. Con sus imperfecciones, pero es eso. Tiene gracia el asunto. El partido dejó para empezar dos goles de los llamados “de videojuego”. Contuvieron ambos una plasticidad casi inverosímil. En el primero la pelota trazó una línea que pareció surgida de un comando de sesudos ingenieros en robótica. En eso se ha convertido el pie izquierdo de Messi, en una herramienta de destrucción selectiva que responde a coordenadas que suponemos humanas aunque ya no sabemos qué pensar. La falta directa entró por la escuadra y Gary Lineker, ágil con los dedos como los consumidores de eSports, tuiteó: “Quinto en el Balón de Oro…” y adjuntó esos emoticonos que se descojonan de risa. El mismo pie filtró minutos después un inmenso pase interior a Dembélé, jugador que siempre recorta antes de desenfundar, sea desde la izquierda o desde la derecha. Lo hizo en Cornellà y su tiro parabólico entró como lo hacían al palo largo los del portugués Luis Figo. Con perdón.

Se hace difícil saber por qué el Espanyol fue tan miedoso anoche. Si algo distinguía a Rubi hasta ahora era la personalidad que transmitía su equipo. Es posible que debido a la mala racha con la que llegaban hayan entrado dudas en el subconsciente del entrenador, artífice ante el Barça de un híbrido extraño que se quedó a medio camino de no se sabe muy bien qué. No ver a los locales atreverse con el 4-3-3 en casa tuvo algo de vino bueno mezclado con gaseosa. No funcionó. Tampoco es normal que a Cornellà acudan 24.000 espectadores para presenciar un derbi que a priori prometía mayor igualdad.

Una última lectura del partido. El derbi tenía su riesgo rozado colateralmente por los hechos de la Copa Libertadores. Después de pasarnos semanas pontificando sobre “lo mal que están el fútbol y la… (aquí el tertuliano se pone trascendente) sociedad argentina”, hubiera resultado patético comerse algún apedreamiento o reyerta callejera. Ayer, en Cornellà, simplemente se insultó, como también lo hace la grada de animación azulgrana en el Camp Nou
contra lo blanquiazul. Todo un éxito.