Una noche de mayo en Pontevedra. Este mayo. Ha sido un día fresco, algo ventoso, aunque sin lluvias. Son los prolegómenos del verano, el gran verano de Javier Gómez Noya (25 años), quizás el mejor triatleta del mundo. Le avala un montón de títulos, las dos últimas Copas del Mundo, un Mundial, un Europeo... El hombre siente todo eso, la posibilidad de un oro olímpico en Pekín, de modo que le invade un cosquilleo: los nervios, la presión, la tensión del cierre, que se le llama en el periodismo.
Así que, si puede, se evade. Pasan las horas, y no ha habido manera de contactar con él: se han sucedido media docena de llamadas, todas en vano. "Es que andamos liadillos", se ha ido justificando José Rioseco, su entrenador, a cada intentona, a cada lamento. "Pruébelo de noche, después de cenar. Entonces, le atenderá, seguro que lo hace...". A las diez de la noche, se produce el último intento. Gómez Noya descuelga al tercer timbrazo. Lo hace susurrando una petición. "Deme cinco minutos, estoy llegando a casa. Entonces estaré con usted lo que necesite".
Cinco minutos después, el hombre cumple con su palabra.
"Ha sido un día durillo, tengo que reconocerlo", dice al fin. Y desgrana la sesión. Dos horas de bicicleta a lo largo de las rutas montañosas que rodean Pontevedra. Carreteras perdidas, entre nieblas, muy poco transitadas, a veces acompañado, otras a solas. El silencio. El runrún de los pedales. Al mediodía, atletismo, la especialidad que le distingue. Una sesión de calidad en las pistas del centro de tecnificación de Pontevedra. Cinco series de dos kilómetros, a 5m50s cada una de ellas, con un minuto y medio de recuperación. "Nada especialmente asfixiante", cuenta, ante la perplejidad del interlocutor. "Los otros lo han pasado algo peor". Los otros son algunos atletas estupendos, mediofondistas de los buenos, como Víctor Riobo, José Ramallo o Elías Domínguez. La comida. La siesta. Por la tarde, 4.000 m de natación. Y estiramientos. Y abdominales. "Y así, hasta ahora, que acabo de llegar a casa. Alrededor de cinco horas y media de entrenamientos".
Queda claro: Gómez Noya no podía contestar al teléfono.
"Tampoco es para tanto. Llevo media vida así", dice el hombre, un amante del deporte. Que por algo se matriculó en INEF (está en segundo, con la carrera aparcada), y se ha pasado medio invierno en Sudáfrica, aclimatándose a las temperaturas rabiosas del verano de Pekín, y se ha plantado ya en Asia (llegó ayer mismo), en Jeju, un islote de Corea del Sur, a dos horas y media de vuelo de China, y así por los últimos veinte días, antes de su compromiso, el 19 de agosto, un martes.
Que por algo se está jugando media vida con esto del triatlón.
Hace tres años, Gómez Noya perdió su licencia federativa. Le habían detectado una valvulopatía aórtica congénita, la disfunción de una arteria, un problema menor que podía complicársele durante el ejercicio. Así que los dirigentes le habían dicho que ni hablar. Que había que estudiar el problema. Y mientras tanto, fuera la ficha. Y él, cabezón. Se sacó la licencia por un club francés y siguió entrenándose, saliendo a las carreteras y tirándose a las piscinas, y compitiendo, en este caso en pruebas menores. Y así, por un año. Hasta que se aclaró el problema. Y entonces, vía libre. Y la locura. "Es que Javi es muy bueno, es que es tremendo", cuenta Rioseco, su técnico. Los hechos: dos títulos de la Copa del Mundo, y 17 podios, las 17 últimas pruebas que ha disputado. Y los adversarios, contemplándole en la distancia, acongojados.
"Ya se vio en el último Europeo (Lisboa, principios de mayo de este 2008), cuando acabé séptimo - dice Gómez Noya-: ¡fueron a por mí...! Nadaron como locos, se subieron a la bicicleta desesperados y montaron un grupillo de siete. Querían sacarme tiempo antes del atletismo. Me vi solo. Y yo, venga, a perseguirlos. Todos contra mí. Y en Pekín, intentarán jugármela otra vez".