Paco de Lucía, el mago de las seis cuerdas

Décimo aniversario de su muerte

Dos biografías recorren la vida del guitarrista que puso el flamenco en el siglo XXI

Paco de Lucía, en una imagen de mayo de 2004

Paco de Lucía, en una imagen de mayo de 2004

Propias

Francisco Sánchez, Paco de Lucía, falleció un 25 de febrero en su refugio de Playa del Carmen, al otro lado del Atlántico. Su manager, José Emilio Navarro, Berry, fue el único que le veló en la sala mortuoria, sentado toda la noche en una silla de acero a los pies de la camilla donde yacía el mejor guitarrista que ha tenido el flamenco. En el armario de su casa quedaron tres camisas, dos o tres pantalones y un chándal, poco equipaje porque lo importante, la música, lo llevaba dentro y no parecía necesitar más que sacarla afuera para bendición de quienes le vieron tocar, y de todos aquellos que han bebido de su legado dentro y fuera del flamenco. “No tienen ni idea de quién se nos ha ido”, dijo Alejandro Sanz al preguntarle por el fallecimiento del autor de Entre dos aguas, un flamenco de leyenda tanto en su vida como en el legado que dejó atrás.

Pese a la trascendencia musical del guitarrista, son pocas las biografías publicadas hasta la fecha, una deuda que en el décimo aniversario de su fallecimiento han venido a llenar César Suárez y Manuel Escacena con El enigma Paco de Lucía (Lumen) y Paco de Lucía, el primer flamenco ilustrado (Almuzara) dos obras que recorren la vida del maestro a partir de los testimonios de sus más allegados. Las dos mujeres del músico, los hijos y sus amigos dan voz al recorrido vital de un músico que puso el flamenco en el siglo XXI añadiéndole nuevas sonoridades al tiempo que sacaba al guitarrista de los márgenes del escenario para situarlo en el centro, al mismo nivel de cantaores como Camarón, con quien formó la pareja más famosa del flamenco.

“Más allá de la capacidad técnica, que es animal, de Paco de Lucía destaca la capacidad que tuvo de revolucionar el flamenco y romper esos patrones tan cerrados. Todos los guitarristas que vienen después tocan la guitarra a la manera de Paco” explica César Suárez para dibujar la importancia de un músico rebelde tanto en su música como en sus gestos. “Se quitaba la chaqueta, cruzaba la pierna o introducía instrumentos inéditos como el cajón sin abandonar el flamenco, que es lo más difícil”, una evolución sin la que el género no habría alcanzado la fama internacional de la que goza en la actualidad. “Fue el primer ilustrado, el primero en aplicar un método riguroso, científico al flamenco”, añade Manuel Escacena, que lo contrasta con la perspectiva anterior “residenciada en la magia, el mito y la tradición, como un misterio insondable al alcance únicamente de los que lo llevan en la sangre”.

“El flamenco antes de Paco era un señor gordo con sombrerito en una silla de madera y con una copa de vino”

Nacido en la humilde barriada de la Bajadilla en Algeciras, Paco fue para bien y para mal hijo de un flamenco buscavidas, Antonio, que le sacó de la escuela siendo aún niño para que practicara con la guitarra de ocho a diez horas al día, en un plan elaborado con mano de hierro para labrar a todos sus hijos una carrera en el flamenco. “De no haber aguantado la severidad de su padre podría haber resultado en un trauma, como ha pasado con otros artistas”, comenta Suárez. “En cambio él acoge sus enseñanzas con devoción y le guarda respeto toda la vida”. El periplo de la infancia recuerda a otro genio, Mozart, con la diferencia de que el padre del austriaco paseó a sus hijos como niños prodigios por las cortes de Europa, mientras que el de Paco (su madre, Luzía la portuguesa, le puso el apellido artístico) les protegió para impedir que se convirtieran en músicos de tablao. 

“Cuando les trae a Madrid coincide con el boom de los niños prodigios, como Marisol o Joselito. Debía haber productores sobrevolando como buitres para coger alguno y explotarlo”. Antonio se convirtió en su protector -como también lo fue durante años de Camarón-, gestionaba su carrera y su economía, incluso cuando ya era un músico famoso, Paco le daba a su padre todo el dinero que ganaba. En una ocasión le entregó un millón de pesetas por una actuación, y su padre le dio 500 para salir por la noche. “El padre de Paco lo encerró, le privó de su infancia, pero lo construyó como artista. En el ambiente discográfico era conocido como Hitler, pero Paco tenía un carácter que soportaba esa rigidez, no odió a su padre, al menos no nominalmente, el subconsciente no se sabe”, apunta Escacena.

El fruto de esta infancia perdida llegó con solo 16 años, cuando Paco viajó a Estados Unidos para girar con la compañía de José Greco. Allí se dio a conocer ante el público para el que tocó toda la vida: los flamencos, los artistas, los mejores, ellos fueron su referencia incluso cuando rompió las normas y fue vilipendiado por ello, “primero por su padre, que le decía que eso parecía espiritismo”, destaca Escacena. “Los flamencos rancios le decían que eso era salirse del flamenco”, una acusación a la que el propio Paco contestó en una entrevista afirmando cuando dijo “Yo no estoy rompiendo los moldes, estoy rompiendo las formas”. “Si en vez de meter tres acordes podía meter 33 ¿por qué no lo iba a hacer?”, se pregunta de nuevo Escacena. “Es una revolución que él aprendió en Brasil, el cromatismo, la variedad, la plasticidad, todo es muchísimo más rico. Eso es lo que hacía Paco, pero no se salía de los moldes flamencos”.

"En los 70 los tablaos están en ebullición, pero él es quien trasciende esa frontera del flamenco y se hace pop”, destaca Suárez

Con poco más de 20 años y varios discos publicados, entre ellos Fuente y caudal, Paco comenzó a girar por todo el mundo llenando escenarios como el Carneggie Hall de la mano de Berry Marshall, manager de Tina Turner, Paul McCartney o Elton John, para coronarse en su tierra con actuaciones como la del Palau de la Música en 1970 o, años después, en el Teatro Real de Madrid. “Tiene la sensibilidad para aprovechar que están triunfando las Grecas, Manolo Sanlúcar saca Caballo negro y Serranito también está tocando. Los tablaos están en ebullición pero él es quien trasciende esa frontera del flamenco y se hace pop”, destaca Suárez.

En aquellos años 70 Paco de Lucía abrió el flamenco al jazz, la clásica e incluso la bossa nova con grabaciones como Friday night in San Francisco junto a John McLaughlin y Al di Meola, o la legendaria interpretación del Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo. Lo que no consiguió, ni con todo el éxito del mundo, fue romper su carácter introspectivo y esquivo, hundido en una mirada enigmática que “te podía fulminar, ocultaba un mundo muy atormentado”, como queda reflejado en multitud de fotografías. “Era un tímido enfermizo, a eso se une un complejo de no tener cultura porque deja muy pronto la escuela, de no saber leer ni escribir música, de no haber leído”. Para combatir esta debilidad comenzó a leer guiado por su primera mujer, Casilda Varela, que fue quien comenzó a recomendarle libros con los que construir una cultura. “Era inaudito ver a un flamenco citando a Ortega y Gasset, o conversando en inglés con Ravi Shankar”.

“Paco era un tipo ambivalente, casi ciclotímico, no tenía nunca un perfil definido, se definía como apático y sin embargo grabó 60 discos de flamenco”, comenta Manuel Escacena, que no duda en definirlo ante todo como una persona generosa y humilde. “Cuando le preguntaron qué sentía al ser el número 1 respondió “miedo, ya me gustaría ser el número dos porque por lo menos tendría alguien a quien perseguir, pero siendo el uno lucho sólo contra mí mismo”, una pelea que le llevaba a atormentarse si no le salían las cosas en el estudio. “Era un perfeccionista enfermizo, pero cuando terminaba iba con sus amigos de juerga y era el más cachondo del mundo”.

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Aunque Paco de Lucía consiguió que el guitarrista dejara de ser “el escudero del cante, el banderillero” como lo define César Suárez, su nombre permanece unido indisolublemente al del cantaor José Monge, Camarón, con el que conformó el dueto por antonomasia del flamenco. “Camarón era la libertad salvaje, sin medida y sin control, algo que a Paco le maravillaba”, comenta Escacena. Por el contrario “Paco era el orden racional, cartesiano y sensato que a Camarón le faltaba. Era culto, tenía cabeza aunque también era muy artista mientras que Camarón era asalvajado, se buscaban porque añoraban esa parte que les faltaba a cada cual”. “Cuando escuchó cantar a Camarón, Paco dijo que se le había aparecido el Mesías”, apunta Suárez, una conexión materializada en más de 10 discos que se mantuvo hasta la muerte del genial cantaor en 1992.

Como en toda pareja, no faltaron momentos de ruptura, como la polémica por los derechos de autor que enturbió los últimos meses de vida de Camarón, o la decisión del cantaor de romper con el padre de Paco y protector de ambos antes de grabar “La leyenda del tiempo”, una separación que no diluyó la amistad pero a la postre impidió que el guitarrista participara en uno de los discos más revolucionarios del flamenco. Sin embargo, quien más sufrió en estos casos fue Camarón, “no hizo nada destacable hasta que volvió a grabar de nuevo con Paco de Lucía”, afirma Escacena. “Su familia tuteló a Camarón, lo protegió, lo llevó a vivir a su casa, el padre de Paco Lucía administraba hasta su dinero, le ordenó la carrera, le presentó las discográficas, hizo de él una figura”. ¿Camarón hubiera llegado solo al mismo lugar?, “a lo mejor, pero resulta que llegó de la mano de quien llegó”.

“El flamenco antes de Paco de Lucía era un señor gordo, con un sombrerito puesto, sentado en una silla con una mesa de madera y una copa de vino”, dibuja Escacena. “Paco le dio dignidad al flamenco, que era pedigüeño y quejumbroso por sistemas”, trascendió esta imagen y rechazó actuar en fiestas y tablaos, como también rechazó colaborar con Julio Iglesias o con los Rolling Stones, a los que calificó de chuzos y majaras. “En cambio lo llamaron Chick Corea, Wynton Marsalis o Al di Meola y dijo que sí, porque eran músicos con los que iba a tocar de tú a tú, no un simple adornito, eso era indigno para él”, la diferencia para un músico que, como dijo Manolo Sanlúcar, “encanta al que no sabe y vuelve loco al que sabe”.

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