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El extraño caso de Stieg Larsson

Su conocimiento sobre grupos de ultraderecha era tal que fue llamado a reuniones con Scotland Yard

Larsson idealizó el personaje de Blomkvist y la propia revista donde trabajaba en su trilogía narrativa

Los copos de nieve empiezan a estrellarse contra el parabrisas, a pesar de que estamos en pleno mes de mayo. Mientras nos adentramos en la región sueca de Nörrland, un territorio agreste, casi virgen, repasamos mentalmente los datos que tenemos acerca del escritor Stieg Larsson, cuya sombra hemos venido a seguir hasta aquí, a esa Suecia profunda donde las aldeas tienen treinta, o veinte, o dieciséis habitantes, todos mayores de 60 años, y de vez en cuando aparece un alce muerto en la cuneta.

El caso parece extraído de la ficción: Larsson (Västerbotten, 1954- Estocolmo, 2004) era un periodista idealista y comprometido, un experto en la extrema derecha sueca. Desde veinteañero decía a sus amigos que, un día, sería escritor de novela negra. Pasaron los años, y tras devorar como lector a los clásicos del género (en especial, a las damas del crimen), al cumplir 47 se dijo: "Ya está. Mi momento de escritor ha llegado".

Y, cada noche, al acabar su jornada en la revista Expo, fundada y dirigida por él, cuando llegaba a casa, se ponía a escribir Millennium, una trilogía protagonizada por dos investigadores, el periodista Mikael Blomkvist y la hacker Lisbeth Salander.

Escribió velozmente los tres libros –nueve meses cada uno, más de 1.500 páginas en total–: Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire. Los entregó a una editorial y, a los pocos días, murió de un inesperado ataque al corazón. No pudo ver cómo sus novelas –que la semana que viene llegan a España– se convertían en un fenómeno global, con ya seis millones y medio de ejemplares vendidos, gracias a su electrizante trama.

Un detalle escalofriante: en la tercera obra, uno de los personajes muere exactamente de la misma forma en que lo hizo Larsson (los amantes de las conspiraciones ya se habrán dado cuenta de que Milenio –aquí, una sola ene– es el título de la novela póstuma de Vázquez Montalbán).

Perseguimos al fantasma de Stieg Larsson por Estocolmo y por las mismas carreteras árticas que transitan sus personajes, en un Volvo conducido por su padre, el viejo sindicalista Erland Larsson, que lleva un pin con la rosa socialdemócrata en la solapa. Erland era tan pobre cuando tuvo a Stieg –"ni techo ni trabajo"– que lo envió a vivir a casa de los abuelos en el campo, donde estuvo hasta cumplir ocho años. "Allí fue feliz, y de hecho esa casa de madera roja de su infancia –que ahora le enseñaré– es la que en la novela habita Blomkvist cuando va a la isla a investigar, es todo igual". Allí, con media hora de luz en invierno y temperaturas de 40 grados bajo cero, pasó el pequeño Larsson su infancia.

La vida del viejo Erland no ha sido fácil. Cuando, hace cuatro años, falleció su hijo Stieg, "me quería morir", admite. Su esposa –la madre de Stieg– ya había muerto en 1992 de cáncer y, por si fuera poco, el año pasado la misma enfermedad se llevó a la esposa de su otro hijo, Joakim.

Erland y Joakim viven en Umeä, ciudad mediana, universitaria, rodeada de bosques, con aeropuerto, una gran fábrica de coches y varias de celulosa. "Cuando vinimos aquí –dice el señor Larsson– todo eran vacas pastando, y ahora fábricas y almacenes."

A un lado y otro de la carretera, durante el trayecto, máquinas quitanieve, serradoras, camiones cargados de troncos, y carteles con nombres tan exóticos como Tavelsjo, Bodarna, Vindeln, Ytterssön, Astrask o Kalvtrask. El conductor evoca: "Yo le decía: 'Stieg, tú tienes talento, tienes que hacer algo que dé dinero', porque siempre estaba con sus proyectos utópicos. Y, mire, lo hizo... al final".

Nos preguntamos por qué murió Stieg de un infarto, cuando anteriormente no había tenido ningún problema cardiaco. Para su padre, está claro: "El exceso de trabajo, sumado a que, en su última etapa, se alimentaba básicamente de fast food, como un personaje de su segundo libro".

En Estocolmo, al día siguiente, visitamos a Daniel Poohl, el joven periodista que ha sustituido a Larsson en la dirección de la revista cuatrimestral Expo, "un proyecto en el que los periodistas trabajan gratis, para poder contar cosas que no tienen cabida en los grandes medios". Poohl ayudó a Larsson en sus trabajos sobre los nacionaldemócratas, el partido ultra: "Sí, me infiltré en sus filas durante un par de meses", cuenta ante una taza de café en la redacción.

–¿Stieg se parecía mucho al personaje de Blomkvist?

–Tal vez en las ideas acerca del periodismo. Pero no en lo demás: Blomkvist es un héroe, guapo, rodeado siempre de mujeres. Creo que ningún hombre real es de esa forma, para ser honesto, y Stieg tampoco. Nosotros, en Expo, no tenemos medios para hacer ese tipo de periodismo de investigación sobre los delitos económicos de las grandes corporaciones, Millennium, en la novela, es mucho más grande y fuerte, la veo como una especie de revista de fantasía, donde a cualquier periodista le encantaría trabajar, no creo que en el mundo real existan ese tipo de publicaciones, tal vez alguna en Estados Unidos...

Estamos justo en el lugar en el que a Larsson se le detectó el ataque cardiaco. Poohl aclara que "aquel día, cuando llegó a la redacción, ya se encontraba mal, estuvo media hora por aquí y se lo llevó una ambulancia. Falleció poco después en el hospital". La casualidad quiso que, justamente aquel día, no funcionara el ascensor del edificio, por lo que Larsson subió siete pisos a pie, lo que, según su pareja, la arquitecta Eva Gabrielsson, "fue definitivo". Para ella, "en su último año, pasó a dormir solamente cuatro o cinco horas diarias pero si el ascensor hubiera funcionado bien, yo creo que no habría muerto."

Para Poohl, Larsson "no era un workaholic, él no consideraba trabajo el tiempo dedicado a sus libros, era su hobby, como otra gente mira la televisión o se va a pescar. Era capaz de pasarse 16 o 18 horas diarias ante su ordenador".

Lo que más le llama la atención a su sucesor al frente de la revista es que "él comentó a mucha gente que estos libros serían un éxito comercial, le dijo incluso a su mujer que iban ser su plan de pensiones. Estaba completamente seguro, no albergaba ninguna duda". En la única entrevista que Larsson concedió sobre Millennium –a la revista Svensk Bokhandel– reconocía también que el personaje de Lisbeth Salander, de 25 años, se basaba en Pippi Calzaslargas: "Me pregunté: ¿qué sería de ella hoy? ¿De qué trabajaría de adulta? ¿Cómo la calificarían? ¿Sociópata? Porque tiene una visión muy diferente de la sociedad".

Los hombres que no amaban a las mujeres, analiza Poohl, "es un típico misterio de la habitación cerrada, con un montón de gente alrededor de una habitación donde hay que descubrir quién es el asesino, con la diferencia que aquí la habitación es una isla. Pero los otros libros son completamente diferentes en estructura, cada uno explora un paradigma del género".

El auténtico misterio que ocupa estos días las páginas y los minutos de los medios de comunicación europeos es por qué la viuda de Larsson, Eva Gabrielsson, no tiene ningún derecho –ni beneficio económico– sobre la obra de su marido, a quien conoció en un mitin contra la guerra del Vietnam en 1972 y con quien convivió durante 30 años. Se lo preguntamos a ella durante un paseo por algunas calles y cafés de Estocolmo. "Es un problema de la ley sueca –explica–, que no reconoce ningún derecho a las parejas que no se han casado ni inscrito en el registro, porque se basa en el derecho germánico medieval, que privilegia la sangre por encima de todo. Todo el dinero de los libros es para su padre y su hermano, que han rehusado cederme nada. En países como España, Francia, Gran Bretaña, zonas de derecho romano, esto hubiera sido diferente, pero, aquí, mis abogados me dicen que no hay nada que hacer."

Según Gabrielsson, "no nos casamos por una sencilla razón: Stieg estaba amenazado de muerte. Teníamos que ser muy cuidadosos y precavidos, no queríamos que su nombre apareciera en ningún registro asociado a nuestro piso o teléfono, todo estaba a mi nombre. Todas las facturas eran para mí por motivos de seguridad. Hemos vivido así siempre. ¿Testamento? No hizo porque no teníamos ni un duro, solamente este piso de 56 metros cuadrados sin ascensor".

De hecho, el conocimiento que Larsson tenía sobre los grupos de ultraderecha era tan detallado que fue llamado a sesiones informativas con miembros de Scotland Yard, de la policía brasileña o de la OSCE, con el fin de que les ayudara en sus investigaciones o trabajos.

Para la viuda, la situación que vive es humillante no tanto por la enorme cantidad que deja de ingresar –más de siete millones de euros– sino porque "cuando Stieg estaba vivo, tenía una relación fría con su familia. Éramos una pareja muy distante de su padre y hermano, distantes en todos los sentidos: mentalmente, geográficamente y emocionalmente. Eran muy diferentes, ellos no tienen su compromiso político, su humanidad, su empatía, no les gusta viajar ni sumergirse en otras culturas, ni implicarse en la sociedad, sólo quieren vivir tranquilos, son gente muy sencilla".

Gabrielsson –quien, como arquitecta, ha colaborado con Ricardo Bofill en la construcción de uno de sus edificios en Estocolmo– rechaza todas las especulaciones acerca de nuevos libros inéditos de Larsson: "Quería hacer muchos más, un total de diez, y empezó un poco el cuarto sólo como diversión, no tuvo tiempo de ponerse en serio. Lo que sí es verdad es que su intención era dedicar los beneficios de los nuevos libros a causas como la lucha contra la violencia sobre las mujeres o la propia revista Expo. A mí me decía siempre que 'el dinero de los tres primeros libros es para nosotros’. Pero no ha podido ser así".

Larsson introdujo en sus novelas algunos de los temas sociales que más le preocupaban, como la violencia contra las mujeres. Gabrielsson revela que "este era, para él, un compromiso muy firme, porque una vez, de joven, durante un fin de semana con compañeros, presenció una violación y se culpaba de no haberla podido evitar, tenía esa espina clavada, y dedicó mucho tiempo a consolar y ayudar a víctimas".