Una aventura de pasión, curiosidad y sensibilidad
ARTE. COLECCIÓN BASSAT
El publicitario y su mujer Carmen Orellana presentan una amplia selección de obras de sus fondos en la Lonja renacentista de Zaragoza
El coleccionista Lluís Bassat con la obra ‘Bañista’ (1973) de Xavier Serra de Rivera
Lluís Bassat y Carmen Orellana compraron su primer cuadro a plazos en 1968 a Ángel Jové. Lo pagaron durante seis meses, a razón de mil pesetas (seis euros) y, según refiere el publicitario, hasta 1973 fue la única pieza que tuvieron en casa. Entonces, adquirieron en la galería Adrià Bañista de Xavier Serra de Rivera. Y no solo eso, Lluís y Carmen asumieron el 35 % de la galería, que cerró en 1980.
A lo largo de seis largos años, se hicieron con una importante colección que fue incrementándose y arroja unas cifras más que interesantes: 3.000 dibujos y pinturas, 1.000 esculturas y más de 1.000 grabados. La tarea de una sensibilidad, una percepción y una determinación que se ha ido fortaleciendo a lo largo de cincuenta años. Este tesoro, de lenguajes, de tendencias y movimientos, de generaciones y de artistas tiene su acomodo en la Nau Gaudí, de Mataró. Y desde el pasado 20 de febrero, una parte se exhibe en Zaragoza, en la renacentista Lonja, situada en la plaza de las catedrales, entre la basílica del Pilar y la catedral de la Seo, bajo el título Cómo construimos la Colección Bassat.
Alba Lorente, ‘B-V’ (2023) y ‘Lignum’ (2024)
La exposición es una fuente de sorpresas. Quizá lo mejor sea hacer el circuito completo, así, como quien no quiere la cosa, y luego volver al principio. Se entiende todo mejor, dado que no es una muestra cronológica ni temática, sino más bien heterogénea, pero de entrada podría decirse que abarca casi todo lo que ha sucedido en la historia del arte en los últimos cincuenta años, e incluso alguno más, más de un siglo, si tenemos en cuenta que hay piezas, en la parte final, Artistas clásicos, como El retrato de mujer de Joan Brull, sin datar, quizá sea de finales del siglo XIX, como dice Jesús Pedro Lorente en el catálogo, el Paisaje de Picabia de 1900 o el delicadísimo La inglesa, de 1912, de Ramon Casas, una auténtica joya de la muestra: sofisticada, elegante, de pura sabiduría plástica y expresividad cromática. Y ahí está también La segadora de Pablo Gargallo, una obra de 1924.
Está claro que Lluís Bassat y Carmen Orellana huyen de ese debate antiguo de la figuración, nueva figuración y abstracción. Todo convive aquí armoniosamente. Si algo se percibe, de inmediato, es la voluntad de mostrar el arte catalán con tantos matices como ha tenido y tiene y con su pléyade de artistas. En la colección, dicho sea sin vocación de exhaustividad, están grupos y personajes claves: hay dos piezas del citado Xavier Serra de Rivera; Hábitat, la segunda, hace pensar en Matisse; Ajuntament de Maó, de Miquel Vilà nos evoca el arte metafísico de Giorgio de Chirico.
‘Telón fusilamiento’, de Rafael Bartolozzi (1973)
⁄ Los coleccionistas huyen de ese debate antiguo de la figuración, nueva figuración y abstracción
Y, cuadro a cuadro, vemos a Maria Girona, con un depurado Lirio (2004), el Nacimiento de Venus de Francesc Artigau o la impactante pieza apaisada, de técnicas mixtas, Grand quadre rose. Intent de diáleg de Gerard Sala, donde se funden figuración y abstracción, el clasicismo y la vanguardia, la libre asociación e incluso el diseño.
Hay tanto que ver que uno comprende de inmediato que los artistas dialogan en el tiempo y en el espacio entre sí: sucede con Zush, con Arranz Bravo, Andreu Alfaro y Rafael Bartolozzi, y su Telón fusilamiento, una pieza metafísica de cinco mujeres desnudas que hacen pensar en Goya y en algunos cuadros del arte clásico. En una de las primeras salas interiores, Núria Puch, directora de la colección, ha dispuesto la obra de grandes artistas abstractos de Catalunya como Albert Ràfols-Casamada, tan vinculado con Calaceite, Josep Guinovart, Joan Hernández Pijoan; aunque de todos ellos hay varias piezas, destaca por su formato y su ejecución la obra Rostoll de Guinovart.
⁄ Si algo se percibe es la voluntad de mostrar el arte catalán con tantos matices como tiene, y con su pléyade de artistas
En una zona de paso, se han instalado las aportaciones, muy interesantes, de Dau al Set: una pieza ingeniosa, poética y humorística de Brossa, un mosaico de cuadro piezas para el ballet Don Juan de Joan Ponç, otra de Tharrats, La rendición de Breda (1983), otra de Clavé, y tres piezas de Antoni Tàpies. Ese pasillo, breve pero con algo de refugio tranquilo, une a diversos artistas: Chillida, Gordillo, Manuel Millares y Manuel Viola, ambos de El Paso, informalistas, entre otros.
Y luego vienen otras debilidades de Lluís Bassat y Carmen Orellana, varios artistas aragoneses: un Retrato imaginario de Felipe II de Antonio Saura (el coleccionista confesó que si tuviera que quedarse con sola una obra, sería esa), un cuadro de Víctor Mira de 1978, Ámbito de perro, otro del joven Alejandro Monge, una pieza de Elena Fustero, que se suman a los ya citados Viola y Gargallo, y a la joven Alba Lorente.
‘Rostoll’, de Josep Guinovart (1977)
Hay mucho que ver, admirar y sentir, por eso hay espacio para los Artistas internacionales: si nos quedamos con los nombres propios habría que citar piezas escultóricas de Léger (dos), de Henry Moore y un dibujo de Alexander Calder. En esta sección, con varios espacios, destaca el inmenso tríptico de Mickaël Chemiakin, de 1989, variaciones en torno a Rembrandt.
Una maravilla de una muestra cuidada, bien montada, que abre muchos caminos a la imaginación y que ofrece un inventario de los caminos del arte con sus incontables matices y líneas estéticas, y que posee un cuidado catálogo con microbiografías de todos los artistas.
Cómo construimos la Colección Bassat
La Lonja. Zaragoza (Plaza del Pilar, 17).
Hasta el 27 de abril