A lo largo de los años me crucé en bastantes ocasiones con Fernando Marías. Sin llegar a ubicarse en el primerísimo plano de su generación en las letras españolas, sí ocupó en ellas un lugar destacado, recibió premios importantes y promovió proyectos colectivos. Era un hombre alto, trabajador, simpático y comunicativo, con ganas de compartir experiencias. Caía bien. Por eso su fallecimiento el pasado 5 de febrero del 2022, con 63 años, impactó a tantos de sus colegas: Fernando se despedía del mundo joven, y con mucho por hacer.
Juan Bas, bilbaíno como él (de 1959), amigo de infancia y adolescencia, también escritor, también activista cultural (ideó y dirigió desde 2010 el Ja! Festival de Literatura y Humor), le ha dedicado ahora el libro El pensamiento vuelve a la sangre, que publica Reino de Cordelia.
⁄ ¿Cuándo deja de doler la muerte de un amigo íntimo?”, se pregunta atinadamente Juan Bas
Bas se puso a escribir sobre Fernando Marías veinte días después de su fallecimiento, entreverando la trayectoria biográfica del desaparecido con la propia.
La amistad es una cosa muy seria; Montaigne, que reflexionó mucho sobre el tema, la consideraba “el último extremo de la perfección en las relaciones que ligan a los humanos”. El autor emprende el retrato de su amigo con la idea de conseguir algo de sosiego, con la esperanza de que “entretendrá la tristeza y la obligará a discurrir por un cauce manso”. Al inicio cuenta que han ido a esparcir las cenizas de Fernando en el monte Pagasarri, donde solía subir con su progenitor. Y comenta la muerte de otro novelista, Javier Marías, que presentaba “varios puntos simétricos contigo: ambos escritores, con el mismo apellido, muertos en el 2022 por neumonía; no te caía bien y, por lo que colegiste, tampoco tú a él”.
El retrato ofrece saltos adelante y atrás en el tiempo. Las referencias generacionales son continuas. La primeriza coincidencia familiar de Mas y Marías en distintos pisos del número cinco de la calle Iturriza. El colegio de curas –La Salle para Marías, los maristas para Bas– que no dejó buenos recuerdos. El descubrimiento conjunto, en 1973, de los cuentos de Borges y los cómics del teniente Blueberry. El posterior disfrute conjunto del semanario de sucesos El Caso y su truculencia. La devoción por Serrat, Janis Joplin, Pink Floyd, Cat Stevens. Los paseos por la ribera de la Ría bilbaína las mañanas de Navidad. La voraz cinefilia. La coincidencia de no haber tenido nunca carnet de conducir –“es curiosa la cantidad de personas dedicadas al cine y la literatura que compartimos esa carencia”–. Coqueteos con drogas suaves y fuertes por ambos lados. Traslado de Fernando a Madrid.
La primera novela de Marías, La luz prodigiosa, sobre un equívoco en torno a Federico García Lorca, ganó el premio Ciudad de Barbastro, sería llevada al cine por Miguel Hermoso y protagonizada por Alfredo Landa y Nino Manfredi. Otra posterior mucho más extensa, El niño de los coroneles, sobre abusos militares en un país caribeño, ganó el Nadal 2001. En El pensamiento vuelve a la sangre, Juan Bas comenta también Arde este libro, donde el amigo relató su dura experiencia con el mundo del alcoholismo, y relee La isla del padre , con la que obtuvo en el 2015 el premio Biblioteca Breve, relato de autoficción sobre la figura paterna, un marino.
Biógrafo y biografiado viajaron juntos a Moscú en el 2015, invitados por el Instituto Cervantes, y colaboraron en la serie de TVE y el libro subsiguiente Páginas ocultas de la historia . Marías, además, impulsó antologías de relatos, fundó el colectivo artístico Hijos de Mary Shelley, creó una agencia de viajes culturales y actuó en teatro en varias ocasiones junto a Espido Freire.
“¿Cuándo deja de doler la muerte de un amigo íntimo?”, se pregunta atinadamente Juan Bas. Poco antes de ponerse enfermo, Marías le envío un poema de Caballero Bonald del que el receptor entresaca estos versos: “ La edad me ha ido dejando sin venenos/Llega el tiempo ruin de los antídotos/ Ya solo quedan rastros de peligros/ Los años, ay de mí, me han desmentido”.