En un plazo relativamente corto, Noemí Sabugal (León, 1979) se ha convertido en una de las voces más singulares de la narrativa femenina en castellano. Buena parte de su singularidad proviene, paradójicamente, de que la temática de sus últimos libros no suele coincidir con los intereses literarios de la mayoría de sus compañeras de generación. Se diría que no pertenece a ese grupo de narradoras que escriben en la intimidad de su cuarto –una Sara Mesa, por ejemplo–, sino que lo suyo es el fragor de la calle y la crudeza del mundo, donde suele capturar con placentero esfuerzo el verdadero pulso de la vida. Sin duda hay que ubicar a Sabugal con toda justicia en ese grupo de narradoras centrífugas que dan lo mejor de sí fuera del cuarto woolfiano. Me refiero a Patricia Almarcegui, nuestra gran autora aventurera, y en otro sentido María Belmonte, quien viaja con la cultura en la maleta para coronar unos libros que no pueden nacer bajo el mismo sol de cada día.
Tras un par de novelas, que fueron bien recibidas, Noemí Sabugal encontró una voz propia en Hijos del carbón: una obra inclasificable donde narraba su relación personal con el mundo de la minería, aprovechando largos vínculos familiares con el sector. Sabugal, pues, se había atrevido con el tema aparentemente menos femenino del mundo y lo había hecho de forma convincente y hasta brillante. Pero ya entonces no era fácil encuadrar los perfiles de su propuesta: ¿ensayo literario?, ¿crónica viajera?, ¿estudio sociológico?, ¿memoria familiar?, ¿elegía? Fuera lo que fuese, Hijos del carbón invitaba al lector a una experiencia distinta, llevándole a un territorio casi desconocido pero lleno de gemas preciosas.

Noemí Sabugal
En este Laberinto mar la autora mejora la fórmula, abordando un asunto de mayor importancia colectiva. Se trata de un viaje por la vida y la historia del litoral español, es decir, por todo aquello que nos ha unido y nos une al mar. Consciente de la vastedad de su empeño, Sabugal renuncia a la cronología al uso, al orden cerrado, y apuesta por una técnica saltarina, a modo de rayuela, que nos conduce por temas que surgen en la orilla o en mar abierto. No es casual que el libro arranque en la Costa da Morte, tristemente célebre por sus naufragios que ilustran el lado más amargo y terrible del mar. El mar representa abnegación y sacrificio, de ahí que la autora no haga distinciones maniqueas: tanto sufre el marino que se juega la vida en las aguas de Terranova, como las mujeres que aguardan en tierra sin dejar de trabajar como bestias. De una manera sutil la mujer es la gran protagonista de la obra, precisamente porque Sabugal le devuelve el papel hegemónico que rara vez se le reconoció. Cuenta sus vidas anónimas, recuerda episodios, escucha nuevas voces, como en el excelente capítulo donde un viejo pescador vasco y su joven hija poeta confrontan sus diferentes visones del hecho marinero.
En Laberinto mar hay multiplicidad de temas vistos con nuevos ojos: las artes de la pesca, el tráfico de esclavos, la caza de la ballena, las conservas, el coral, las culturas ribereñas, las especies, la cocina... Pero también una mirada muy clara y comprometida con el incierto futuro: se habla de los excesos urbanísticos, el narcotráfico o las mareas negras. Parece claro que Sabugal es una autora sensible y a la vez valiente. Se maneja como una audaz periodista de investigación, pero la mueve un algo de poeta. Por ello tampoco es fácil encuadrar su estilo: hay un lado culto en su prosa donde aparecen creadores de diverso pelaje –Cousteau convive aquí con Fritz Lang, Melville o Mark Knopfler–; pero existe otro lado popular, casi coloquial a veces, donde no falta el humor y hasta una pincelada picante. En suma Laberinto mar nos propone una vibrante singladura, hecha de ideas y voces salinas, por un mar que ya no es el de todos los veranos. Pero que ojalá nos acompañe siempre.
Noemí Sabugal
Laberinto mar
Alfaguara. 379 páginas. 20,20 euros