“Señoras y señores, interrumpimos nuestro programa de baile para comunicarles una noticia de última hora procedente de la agencia Intercontinental Radio. El profesor Farrel del Observatorio de Mount Jennings de Chicago reporta que se ha observado en el planeta Marte algunas explosiones que se dirigen a la Tierra con enorme rapidez... Continuaremos informando”. Con estas palabras se interrumpía la programación radiofónica de la CBS a las ocho de la tarde del 30 de octubre de 1938 para dar paso a uno de los momentos más sonados y memorables de la cultura popular moderna. Una performance que terminaría siendo, a la postre, un momento fundacional de las fake news. Aquella otoñal tarde, un jovencísimo Orson Welles se situaba al frente de la narración en directo de una supuesta invasión alienígena en lo que venia a ser una adaptación radiofónica del clásico de la ciencia ficción La Guerra de los Mundos de H.G. Wells, a cargo de la Mercury Theatre, la compañía de Welles, para su programa On The Air.
Cientos de personas empezaron a llamar por teléfono a la emisora, aterrorizados por el relato que les llegaba a través de las ondas, presas del pánico por el ataque de los marcianos y su implacable y sanguinaria destrucción masiva. Lo habían tomado por cierto y real hasta el momento en que se les tranquilizó informándoles de que se trataba de un guion teatral adaptado para la radio. La trepidante y escalofriante narración de los hechos por parte de Welles no solo lo hacía creíble sino insoportable. Hoy, en estos días de inteligencia artificial y mundo digital, todo esto puede sonar ridículo y hasta delirante, pero la radio era entonces el principal medio de comunicación y de entretenimiento y las familias se sentaban alrededor de sus aparatos receptores –entonces enormes muebles de madera– para escuchar sus programas favoritos y las noticias del día.
⁄ La radio, imprevisible, aun en tiempo de ‘fake news’, conserva el poder de penetrar en nuestras vidas
Casi un siglo después, este acto de puro terrorismo cultural pertrechado por el director de Ciudadano Kane nos recuerda el inmenso poder de la radio para penetrar en nuestras vidas, que permanece intacto según nos recuerda Javier Montes en La radio puesta, su ensayo publicado en la colección Nuevos Cuadernos Anagrama, que parte de una tierna y maravillosa anécdota vivida por el propio autor un día que tenía, como de costumbre, la radio puesta. Aquella primaveral mañana el destino quiso que un ruiseñor se posara en la barandilla de su balcón mientras sonaba La canción del ruiseñor, de Stravinski, en Radio Clásica. Serendipia que le sobrecogió y le hizo tomar consciencia de ese enorme calado emocional de la radio que acaricia nuestras almas, así como de su carácter imprevisible e impredecible.
La radio nos acompaña y nos arropa mientras la tenemos puesta, a veces sin siquiera ser conscientes de su presencia, a veces sin escucharla, mientras está ahí, de fondo. El escritor y crítico literario y de arte, que no menciona a Welles –ni falta que hace–, nos habla de otros tantos personajes brillantes de la historia que han abrazado la radio como acicate y resorte de sus pulsiones vitales. Por sus páginas desfilan Walter Benjamin, Jean Cocteau, André Breton, Primo Levi, Guillaume Apollinaire, Woody Allen, Brian Eno o Ana Frank, que nos relata en sus diarios los momentos de escucha radiofónica en familia de las noticias del horror de la guerra retransmitido en directo.
⁄ En el 2022, la radio analógica o terrestre seguía siendo el medio de comunicación más extendido del planeta
Esa idea del directo, del aquí y ahora, sirve a Montes para armar el relato de la radio como ente vivo y auténtico y nos recuerda, entre otras cosas, que según los informes de la ONU “en 2022, la radio analógica o terrestre era el medio de comunicación más extendido del planeta, capaz de llegar a cinco mil millones de personas y con tres mil millones de oyentes habituales (sin contar con los oyentes de radio digital).” O que en el 2020 “el 84% de los millennials y el 55% de los miembros de la generación Z (nativos digitales entre trece y veinticuatro años) estadounidenses sintonizaban habitualmente emisoras tradicionales usando aparatos analógicos o digitales”.
La hiperfragmentación digital de la globalización, con su festín de posibilidades y opciones, ha traído consigo la actual explosión de la cultura del podcast, la radio a la carta para escuchar en diferido. Aun así, son muchos los podcasts que se graban en directo con público, como Carne cruda, que lo hace ocasionalmente. O bien se emiten en streaming para su posterior alojo en esta o aquella web. Y es que, al final, hay algo que tiene la radio y que pocos medios de comunicación y entretenimiento nos pueden dar: la compañía de la voz humana hablando para y por el oyente. Y es esa cercanía, esa proximidad, ese sentimiento de pertenencia y comunidad el que convierte el sencillo acto de poner la radio en abrir la puerta de las emociones y los sentimientos de par en par. Ese momento en el que “la propia vida, de un lado, y la radio, del otro, (…) entran en contacto cada vez que la ponemos al azar y se abre la posibilidad de un fogonazo”, esa “chispa poética” de la que hablaba André Breton.
Javier Montes
La radio puesta
Nuevos Cuadernos Anagrama. 96 páginas. 10,90 euros