Aunque no lo parezca, el Louvre tiene un grave problema con la Mona Lisa, análogo en realidad al que tienen todos los museos con sus obras estrella, que roban el protagonismo a las demás y complican la movilidad, pese a ser una enorme fuente de ingresos. Una solución que se plantea el museo es construirle a la obra de Leonardo su propio pisito, independizarla formando un ala con su propia entrada que sirva para descongestionar el resto. De esta manera, si los visitantes –20.000 al día, en la actualidad– quieren solo hacerse la selfie con la Gioconda, pueden hacerlo. Muchos de esos visitantes, que no están interesados en el resto de la colección del museo, además salen enfadados y suelen expresarlo en lugares como TripAdvisor, que lista el Louvre como “una de las atracciones turísticas más decepcionantes del mundo”. La posibilidad de separar el cuadro y crear una entrada subterránea está en el aire desde abril, y Le Figaro ha calculado que costaría unos 500 millones de euros (o más: todo el mundo sabe que las obras se encarecen). El director del Louvre, Laurece Des Cars ya ha puesto la cuestión sobre la mesa en el Elíseo y ha obtenido una respuesta descorazonadora: si quieren seguir adelante con la idea, el Estado no correrá con la factura.
ADORADO ENCANTAMIENTO
Alan Turing está considerado uno de los padres de la ciencia computacional moderna y también un mártir LGBTQI+. En 1952, fue condenado por “actos homosexuales”, aceptó la castración química en lugar de cárcel y murió dos años más tarde por envenenamiento con cianuro, aunque no está claro si fue un suicidio o una ingesta accidental. Entre las muchas cosas que Turing hizo antes que nadie fue inventar una especie de Chat GPT con siete décadas de adelanto, un programa que escribía cartas de amor de género neutro y, por tanto, aptas para todo tipo de afectos. Lo hizo en 1950, en un laboratorio de matemáticas de la Universidad de Manchester, y junto a su amigo y colaborador (no hay evidencias de que tuvieran una relación romántica, pero no se descarta) Christopher Strachey. En la web nickm.com unos programadores recrean ese experimento y cada pocos segundos se generan nuevas misivas de amor que repiten el modelo de Turing y Strachey, del tipo: “Amor, eres mi adorado encantamiento. Mi hambre suspira por tu pasión”.
LOS 'NEW YORKERS' DE PUNTÍ
Tener cosas analógicas y vivir en casas cada vez más apretadas son dos fuerzas contemporáneas que se mueven en direcciones contrarias y complican la vida de los consumidores de cultura. ¿Quién tiene el espacio para mantener sus colecciones de libros, revistas, cómics, discos y DVDs, si es que aún los conserva? El escritor Jordi Puntí hizo hace poco un llamamiento en X: se muda de piso y no puede seguir acarreando su completísima colección de ejemplares de The New Yorker desde el 2001 hasta ahora, perfectamente archivados. Varias instituciones (tres públicas y una privada) respondieron a su petición, según explicó él mismo en esa red social, y finalmente la colección irá a parar a la futura Biblioteca Pública de Barcelona, la que se va a construir en el solar entre la Estació de França y el Parc de la Ciutadella.
LOS BUENOS VIEJOS TIEMPOS
Los cambios en la estructura de la industria musical (muerte del disco físico, prevalencia de la canción, o del trocito de canción, sobre el álbum, etcétera) han sido tan acelerados que 15 años marcan otra época histórica. La cantante y compositora Amber Coffman, ex integrante del grupo Dirty Projectors, abrió sin pretenderlo un debate sobre el tema con un post de Instagram en el que conmemoraba el 15 aniversario de un disco de la banda, Bitte Orca, y subrayaba que todo lo que lo hizo posible y pasó con ese álbum ya no sería posible. “Me cambió la vida (…) Salió antes del streaming y antes de Instagram. Antes de que la compactación de datos sustituyera al instinto. Una banda indie podía tener a oportunidad de vender un número decente de discos sin que se le pidiera filmarse constantemente y hacer autopromoción. Los artistas no tenían estilismos profesional y la decisión de oner tu música en un anuncio se ponderaba mucho”, rememora, con el tono que alguien emplearía para hablar de cien años atrás. Con su publicación, Coffman tocó la fibra de fans y de otros músicos que se lanzaron a rememorar los viejos buenos tiempos de la primera década de los dosmiles.
FAYE DUNAWAY, ACTRIZ MERCURIAL
Faye Dunaway ha cargado durante décadas con la reputación de ser una de las artistas más difíciles de Hollywood. Ella niega la leyenda de que arrojó un vaso de orina a la cara de Roman Polanski durante el rodaje de Chinatown (al parecer, el director no la dejaba parar de repetir una toma para ir al lavabo), pero también es cierto que echó de la habitación a una periodista británica que osó preguntarle por eso hace una década. Es sabido que un ex asistente la denunció porque le había llamado “un pequeño chico homosexual”. Los clips del talent show en el que ejerció de jurado hace una década y media, Starlet, y que se están haciendo virales en los últimos meses también van por ahí. “¿Te puedes apartar? Estás justo en la línea de mi mirada” le dice a una concursante. Un documental que se estrenó este año en Cannes y podrá verse en breve en Max, de los mismos autores del documental sobre Natalie Wood, titulado Faye, no es que acabe de disipar del todo la leyenda de la diva más mercurial de la última mitad de siglo pero sí que lo pone en perspectiva, recordando que Dunaway fue diagnosticada ya en la edad adulta con trastorno bipolar y que ha pasado por varias etapas de alcoholismo.