Viggo Mortensen y Lisandro Alonso ya cabalgaron juntos, es un decir, en Jauja, un magistral western patagónico donde el americano se adentraba en territorio indio en busca de su hija, cual John Wayne en Centauros del desierto. Al principio de Eureka, que se estrena el próximo 14 de junio, Mortensen, que por cierto acaba de dirigir y protagonizar un western magnífico (Hasta el fin del mundo, estrenado recientemente), vuelve a ser un pistolero en busca de su hija, esta vez en el salvaje Oeste americano. Pero pronto vemos que esas secuencias iniciales, rodadas en formato cuadrado (1.33:1), en blanco y negro, en celuloide y en el poblado de Almería donde se filmaron tantos spaghetti westerns, son una película dentro de la película, la primera parte de un tríptico cuyo segmento más largo y central transcurre en la reserva sioux de Pine Ridge en la actualidad. Como reconoce el propio Alonso desde Buenos Aires, se trata de su “película más compleja”.
La primera parte puede recordar a esos westerns televisivos de los años sesenta, como los que protagoniza Leonardo DiCaprio, en Érase una vez en Hollywood, la obra maestra de Tarantino. Un ejercicio de estilo con un punto de humor absurdo: frente a Mortensen, Chiara Mastroianni es la villana, a la que todos llaman El Coronel. El episodio central es todavía más interesante. Se trata de la misma reserva sioux donde se rodó Songs My Brothers Taught Me (2015), la ópera prima de Chloé Zhao, que también contó con las interpretaciones de lugareños, jóvenes sin esperanza frente a adultos hundidos en el abandono y el alcoholismo. “Fue Viggo quien me habló de Pine Ridge. Pasó un tiempo ahí documentándose para Hidalgo, película que se pasa montado a lomos de un mustang. Él me proveyó algunas familias. Fui, toqué a la puerta, aunque no fue fácil: es una zona áspera, pero tenía claro que tenía que filmar ahí. Es un punto clave de Estados Unidos. En Latinoamérica las diferentes etnias caminan por la misma calle, van a los mismos colegios, no viven encerradas como ahí, donde hay entre 40 y 70.000 personas, con un promedio de vida de cincuenta años. A tan sólo diez kilómetros, en Nebraska, esa media ya sube a setenta años...”.
⁄ Por momentos, el estilo recuerda a sus primeras obras, cuando era un ‘enfant terrible’ radical del Nuevo Cine Argentino
La desolación se palpa en el ambiente de Pine Ridge, donde alcoholismo, violencia y una epidemia de suicidios diezman las estadísticas. Alonso sigue los pasos de una agente de policía desbordada, que se interpreta a sí misma, Alaina Clifford, y a la entrenadora del equipo de baloncesto, Sadie Lapointe, apodada Magic Johnson. Ninguna de las dos había actuado nunca, ambas son magnéticas y luminosas.
Aunque rodada en una reserva india, esta parte no es un western, expone las consecuencias: de la ficción a la cruda realidad. Pero tampoco es un documental. Un auténtico chamán nos dice que el tiempo es un invento de los hombres, que sólo cuenta el espacio. Es la clave que nos permite saltar, con una pirueta mágica, a la selva amazónica, donde los nativos sueñan de manera mucho más libre. También explica el estilo todavía más contemplativo de esta última parte del tríptico, que puede recordar a Apichatpong Weresathekul como a las primeras películas del propio Alonso, cuando se dio a conocer como el enfant terrible del más radical Nuevo Cine Argentino, aquel que creció entre la exclusiva sala Lugones de Buenos Aires y el festival de Cannes.
Al final, la ambiciosa Eureka es un compendio de todo su cine: veinte años de carrera que pueden resumirse en apenas cinco largos. Todos tienen algo de western, y a la vez de su refutación: “Siempre he filmado en lugares rodeados de naturaleza, habitados por gente que sigue viviendo como se vivía tiempo atrás, que no van a la velocidad del teléfono, ni del político de turno, aunque sí que entienden de otros cambios, como el calentamiento global”. De ahí un ritmo que se adecua al paisaje, y a sus tiempos, así como los guiños metacinematográficos dirigidos a un espectador activo: “El espectador es quien acaba haciendo sus propias conexiones a través de todo lo que pasa en la película”.
LISANDRO ALONSO EN TRES INSTANTÁNEAS
La libertad
(2001)
En su ópera prima, Alonso mostró el día a día de Misael Saavedra, un estoico cortador de troncos que vive cual Thoreau de la Pampa. El director lo acabaría sentando, junto al protagonista de su segunda película, ‘Los muertos’ (2004), en la sala Lugones, que es el escenario de la tercera, ‘Fantasma’ (2006).
Liverpool
(2008)
Una ambiciosa coproducción que contó con la participación del productor barcelonés Lluís Miñarro. Cuenta el retorno a su casa en Tierra del Fuego de un marinero, Farrel (encarnado por el actor Juan Fernández), desde que atraca hasta que se adentra en la naturaleza. ‘Liverpool’ era el nombre del barco.
Jauja
(2014)
Un deslumbrante western pampero para el que Alonso ya contó con un astro como Viggo Mortensen; el escritor Fabián Casas, que le ayudó a narrativizar su cine; y con Timo Salminen, habitual de Kaurismäki, que le brindó a la película una preciosa fotografía en color enmarcada en formato cuadrado.