Carme Sansa en ‘Dies feliços’ de Samuel Beckett (2006)
Mi amigo Abel Folk me avisó que presentaba el martes una novela en la librería Alibris y para allí me fui, seguro de que valdría la pena. Abel, uno de los grandes de la escena actual, tiene muy buen olfato literario, que ha dado frutos como su adaptación de L´última trobada de Sándor Márai.
El volumen que apadrinaba junto con la directora del TNC Carme Portaceli se titula El mar del Tánger y es obra de otro colega, Francisco Suárez. Este dramaturgo nacido en Santa Marta de los Barros, Badajoz, en 1948, “en el seno de una familia de gitanos herreros y tratantes”, según explica con orgullo, ha sido director del Festival de Teatro Clásico de Mérida y responsable de una cincuentena de montajes.
En su lúdica intervención explicó que un personaje alto y elegante muy parecido al que tienta a Fausto en la obra de Goethe, con el que trabó relación en una churrería de Via Laietana, fue quien le sugirió que se animara a escribir.
Cuando Abel me habló de la presentación lo primero que le pregunté es si El mar de Tánger (Editora Regional de Extremadura) era un relato de ambiente teatral; no lo es sino, en sus palabras, “una historia de amor improbable que habla de historia, de política y de muchas otras cosas”.
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El tema me rondaba porque la pasada Navidad disfruté con la lectura de Un brillante rayo de oscuridad, que reseñó en estas páginas Mauricio Bach. La divertida y brillante novela de Ethan Hawke, centrada en una representación del Enrique IV de Shakespeare en Broadway (editorial Berenice), presenta el retrato lleno de contradicciones de un hombre de Hollywood embarcado en un proyecto dramático de prestigio mientras brega con los traumas de una separación matrimonial. Que el autor sea un actor le imprime especial credibilidad.
⁄ ¿Qué tiene el teatro que lo hace tan atractivo? Una realidad diferente a la cotidiana que nunca es banal y puede resultar mágica
Pero hay varios escritores que sin ser profesionales de las artes escénicas se han aproximado a este ambiente en los últimos años.
¿Qué tiene el teatro que lo hace tan atractivo narrativamente?
Entre otras cosas una realidad diferente a la cotidiana que nunca es banal y puede llegar a resultar mágica; una batería de personajes, a menudo muy talentosos, también a veces bastante pintorescos, que trabajan bajo presión para hacer posible la ilusión en circunstancias que el público suele ignorar; un contraste entre la visión idealizada que lo acompaña y la experiencia a veces muy dura de sus integrantes.
Y un enlace directo con grandes textos de las letras universales.
Y así, mientras Hawke se las ve con Shakespeare, el autor barcelonés Use Lahoz arrancaba de El jardín de los cerezos de Chéjov para embarcar en un torturado viaje interior a María Broto, la protagonista de su novela Jauja (Destino, 2019). La también barcelonesa Gemma Sardà toma como referencia a Edmond Rostand en La veu del Cyrano (Empúries, 2016) donde sobrevuela el impacto de la muerte del actor y doblador Quim Pruna.
La australiana Claire Thomas nos aproxima a tres figuras femeninas que coinciden en una representación de Los días felices de Samuel Beckett (La representación , Alba, 2021).
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La madrileña Marta Sanz confrontaba a una actriz ascendente y una vieja gloria en Farándula (Anagrama, 2015). La irlandesa Anne Enricht recrea el conflicto íntimo de la hija de una gran estrella, internada tras disparar a un productor, en La actriz (Seix Barral, 2021).
Sin olvidar a Simon Axler, el protagonista de La humillación de Phillip Roth (Mondadori, 2010), que “había perdido su magia. El impulso estaba agotado (...) y sucedió lo terrible: no podía actuar”.
Teatro para librerías, con títulos a los que podemos añadir un interesante ensayo reciente: El Método. Como aprendió el siglo XX el arte de la actuación (Alianza). Isaac Butler analiza como las técnicas del ruso Stanislavski, reimpulsadas en Nueva York por Lee Strasberg y basadas en “vivir el papel”, dieron pie a una de las más destacadas escuelas de actores de todos los tiempos.