Pueblo pequeño, infierno grande

CULTURA/S

Imma Monsó cuenta la historia de una maestra en la Alta Ribagorça, ligada al antifranquismo secreto
del padre y al carácter excepcional de la madre visionaria

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Entrevista a l'escriptora Imma Monsó, que presenta 'La mestra i la bèstia' Editorial Anagrama

Inma Monsó fotografiada el pasado febrero en la presentación de su última novela 

Miquel González / Shooting

Imma Monsó (Lleida, 1959) ha escrito una novela sobre los efectos psicológicos y morales del franquismo a partir de la historia –que cuenta con una cierta tradición literaria– de la joven maestra acabada de salir de la Escuela de Magisterio que va a parar a un lugar apartado, más bien inhóspito, regido por leyes propias: el pueblecito de Dusa en la Alta Ribagorça.

Monsó, claro, no se limita a contar la historia y ya está. En sus libros encontramos siempre una complejidad psicológica y argumental y un excentricismo de los personajes, que diría Josep M. de Sagarra. Dentro de un realismo insobornable, las novelas de Monsó tienen un punto estrambótico, con figuras con una personalidad fuera de lo común, trabajada conscientemente, que es una forma de resistencia frente al rodillo uniformizador de la vida moderna. La madre de la protagonista, Simona, recuerda a la madre visionaria de Tot un caràcter (2001), una de sus novelas más leídas, valoradas y premiadas. Ha creado un mundo propio, que arrastra a la hija única Severina, que al mismo tiempo, quizás como consecuencia de haber vivido este mundo con reglas propias, también ha elaborado una personalidad singular, una especie de ingenuidad estratégica. Por ejemplo: el año en que ejerce de maestra en Dusa decide que será el Año de la Castidad y que abandonará temporalmente la manía masturbatoria. No se relaciona con la gente: ha pasado una infancia y una adolescencia en una casa junto a una carretera y sólo tenía trato con un vecino y con un tía de Barcelona. La madre no ha querido que asistiera al colegio y ha sido su profesora en casa. Además, al estar el padre liado en política, es mejor que no se relacionen mucho con nadie. 

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Imma Monsó 

Miquel González / Shooting

En este sentido, lo que cuenta La mestra i la Bèstia recuerda algunas de las experiencias que Sergi Pàmies –que ha sido uno de los grandes defensores de la narrativa de Monsó– vivió en París y Barcelona con sus padres comunistas. Severina –el nombre le va que ni pintado: como muchos de los personajes de Monsó es severa: tiene una rigidez de porte y de actitud– va atando cabos y llega a descifrar el doble lenguaje de sus progenitores: cuando hablan de curas y monjas están hablando de maquis y falangistas, de gente que se juega la vida contra Franco. Pero tarda en darse cuenta de ello y mientras tanto vive en un paisaje de silencio, memoria complicada, compromiso, renuncia, fatalismo y arrebato temerario.

Monsó no se limita a contar la historia; en sus libros hay siempre una complejidad psicológica y argumental y un 'excentricismo' de los personajes

No pasan muchas cosas en el libro. Severina queda prendada de un hombre de más de cuarenta años, que ha vivido en Brasil, y que atrae a mujeres y chicas: Simeó, más conocido como La Bèstia. Choca contra la gente del pueblo. Todos esperan que la maestra cumpla con los rituales. Pero Severina, tan reservada, tan independiente, tan intelectual (como muchos personajes de Monsó es una lectora) va a su aire. Una serie de conflictos remueven aquel fondo de silencios, memorias y compromisos. Tinta invisible, amigos imaginarios, ficciones que son más importantes que la realidad (“la ficción no miente”, escribe Monsó, “la literatura no engaña” ) crean la atmosfera fantasmagórica en la que se mueven los personajes y también el lector. Probablemente con un estancamiento excesivo.

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Monsó tiene un humor muy fino que asoma en detalles y apartados enteros: cuando habla de la tía libertina, que se queda unos días con la sobrina, la narradora dice que ni por un momento la tía Júlia pensó que fuera responsable de divertir a la cría, una idea que causaría furor cuarenta años después. En la parte final, la hija Virgínia, el marido Guillem y la nieta Nara estiran del hilo de la historia y Severina aparece más irreductible que nunca (“la política me la pela” dice frente al entusiasmo de los jóvenes por la memoria histórica). El choque entre generaciones permite en esta última parte una intensidad revitalizadora.

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